"Bajo el manto protector de María, recemos el Rosario por la Iglesia"
Hace algunos años, concretamente en 2002, el Papa San Juan Pablo II nos regalaba una preciosa Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae. En ella nos invitaba a rezar el Santo Rosario y nos enseñaba, en un precioso y didáctico relato, que es una experiencia de contemplación del misterio cristiano. Merece la pena leer, de vez en cuando, esta preciosa carta del magisterio mariano del Santo Papa; podría muy bien ser nuestra lectura espiritual de cada mes de octubre.
En ella se enseña que el Rosario es rezar con María, fijando los ojos en Cristo; es una oración cristológica. El Rosario es un verdadero ejercicio de contemplación con María: recordar a Cristo con María, comprender a Cristo desde María, configurarse a Cristo con María, rogar a Cristo con María, anunciar a Cristo con María. Mientras rezamos el Rosario contemplamos con María la imagen de su Hijo, la que tiene su corazón, donde ella guarda sus palabras y sus obras. “Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lc 2, 19; cf. 2, 51).
Al ir rezando cada Ave María del Santo Rosario nos acercamos a los recuerdos que la Virgen tiene de Jesús impresos en su alma de Madre y nos lleva a recorrer con ella los distintos episodios de su vida junto al Hijo. “Han sido aquellos recuerdos, precisamente, los que han constituido, en cierto sentido, el 'Rosario', que Ella ha recitado constantemente en los días de su vida terrenal.” Es por eso, que nos recuerda esta preciosa carta, que el Rosario es un compendio del Evangelio. No hay más que recorrer los misterios de gloria, gozo y dolor, a los que San Juan Pablo II añadió los luminosos.
Se puede decir que meditar con el Rosario significa poner nuestros afanes y nuestras intenciones en los corazones misericordiosos de Cristo y de su Madre. Seguramente, eso es lo que ha llevado al Papa Francisco a pedirnos que, a lo largo del mes mariano por excelencia, hagamos la experiencia de poner la vida de la Iglesia bajo el manto protector de María. También nos ha pedido que convirtamos en habituales dos oraciones, una a la Virgen y otra a San Miguel Arcángel, que han sido habituales en el orar de la Iglesia. Nos invita a que, con ellas, le pidamos a ambos que nos defiendan del mal tan destructivo y dañino que el demonio provoca en la vida de la Iglesia.
Os invito, por tanto, a que sigáis con fidelidad la recomendación del Santo Padre. Por mi parte, os pido que lo hagáis también, y con especial fervor, por el Papa y sus intenciones y necesidades. Recemos por él, para que sienta la fortaleza de la oración de toda la Iglesia y se mantenga firme ante las reformas que con tanta valentía está llevando a cabo y a las que nos invita a sumarnos.
Hace varias semanas, me he dirigido al Sumo Pontífice en vuestro nombre, mostrándole mi adhesión personal y también la de todos vosotros. Me he permitido decirle que cuenta con la oración, la fidelidad y el apoyo de sus hijos en esta tierra y Diócesis de Jaén; al tiempo que le he animado a continuar en el camino tan audaz y evangélico que está recorriendo con una Iglesia servidora del mundo con la alegría del Evangelio.
Rezad por el Papa, amad al Papa Francisco, que con su ministerio, en gestos y palabras, está mostrando al mundo el rostro de una Iglesia que, con humildad, se quiere purificar para hacer creíble la fe en Jesucristo. Y, sin fisuras, os invito a sentir la alegría del don que en su persona nos ha hecho el Espíritu, manifestando, ante los que quieren romper la unidad de la Iglesia, un ¡Viva el Papa!
Con afecto os bendice vuestro Obispo, que se siente en comunión de fe, servicio e ilusiones con el Papa.
+ Amadeo Rodríguez Magro
Obispo de Jaén