Al ritmo del Sagrado Corazón de Jesús

Este mes hemos celebrado la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, que nos alienta a que nos acerquemos a Jesucristo y descubramos lo que Él quiere de nosotros. Es en su Corazón, lleno de misericordia, donde encontramos esa fuente inagotable de la que podemos sacar el agua que necesitemos para abrevar nuestra sed. Su Corazón es un manantial que contiene el agua de la vida, con capacidad para eliminar cualquier situación de desierto en nuestra existencia, y hacer que siempre esté presente en nosotros la esperanza.

San Juan Pablo II escribió así: «Junto al Corazón de Cristo, el corazón del hombre aprende a conocer el sentido verdadero y único de su vida y de su destino, a comprender el valor de una vida auténticamente cristiana, a evitar ciertas perversiones del corazón humano, a unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo. Así –y esta es la verdadera reparación pedida por el Corazón del Salvador– sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, se podrá construir la civilización del Corazón de Cristo» (Carta al prepósito general de la Compañía de Jesús, 5-10-1986).

Si queremos dar hondura y sabiduría a la vida de todos los hombres, dar respuesta a sus interrogantes más profundos, hemos de acercarnos al Corazón de Jesucristo; si deseamos transformar las relaciones entre los hombres para que pasen del egoísmo a la generosidad, del vivir para uno mismo a vivir para los demás, hemos de acercarnos a Jesucristo; si queremos eliminar todas las perversiones que amenazan la vida humana, si queremos que los hombres descubran los fundamentos profundos de sus vidas, acerquémonos al Corazón de Jesucristo.

Al dirigir la mirada a la Cruz de nuestro Redentor, vemos la manifestación del amor más grande: Él cargó con todos los pecados por nosotros, por mí. Sí, Él hizo eso por nosotros y nos entregó la salvación, nos sacó de la esclavitud y nos llevó a vivir en la libertad de los hijos de Dios, ¿cómo no voy, por lo menos, a abrir mi vida a su amor?

De este amor está necesitado nuestro mundo. Nosotros sabemos, por experiencia personal, las transformaciones que ese amor hace en nuestras vidas y en la de los demás, y lo que hace ese amor manifestado a través de nosotros en los que nos rodean. Cuando dejamos que el amor de Dios modele nuestra vida, nos hace vivir una relación intensa con Él, nos hace mantener una comunión viva con Jesucristo, nos hace salir de nosotros mismos para estar siempre en el Señor; al tiempo que nos hace vivir una relación intensa con los demás. Porque, en la medida que nos hacemos más capaces de abandonarnos al amor salvífico y misericordioso de Dios, nos comprometemos más y más en su obra de salvación convirtiéndonos en sus instrumentos.

Cuando nos dejamos contagiar por el ritmo del Corazón de Jesús, cuando conseguimos que el nuestro palpite al unísono, los males del materialismo, el consumismo y el secularismo quedan rotos, malparados y aniquilados. Los hombres y mujeres con el dinamismo del corazón de Cristo transforman este mundo. Y de esta forma debiéramos ser todos los cristianos. Tener el corazón de Cristo es el diseño que hemos de pedirle para nuestra vida: «Haz, Señor Dios mío, que me acuerde de ti, que te comprenda y que te ame. Acrecienta en mí estos dones hasta que me reformes por completo» (De Trinitate, san Agustín).

Tenemos la tarea de anunciar que «el Reino de Dios está cerca» (Lc 10, 9), pero sabemos que será imposible anunciarlo con un corazón cuyos latidos son fruto de nuestras fuerzas personales. Para entrar en todas las situaciones de nuestra convivencia diaria anunciando a Jesucristo hace falta una comunión viva con Él. Solo así podremos entrar, también, en todos los ambientes del mundo para transformarlos: la cultura, la economía, la política, las ciencias, el arte, la familia, la educación, el trabajo… Sí, urge entrar en ellos.

Vivir palpitando con el corazón de Cristo nos hace descubrir que toda la realidad está llena de la presencia de Dios y que donde se juega, aunque sea un ápice, el destino humano, allí hay una necesidad del Corazón de Cristo para expresar su amor. Dios, que se hizo hombre, estuvo en esa historia al lado de los hombres, codo a codo con ellos, y participó de sus problemas y de sus creencias. Mostró un Corazón en el que todos tenían un hueco para acogerse a su amor. Él es quien nos contagia también a tener un corazón con sus medidas, que vive atento y diciendo como Él a los demás: ¿qué quieres que haga por ti?

Con gran afecto, os bendice,

+Carlos Card. Osoro, arzobispo de Madrid
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