El sacramento de la nueva alianza
Este hecho es único y definitivo. Sin embargo, Jesús fue preparando a sus discípulos para dejarles una herencia, como nos lo recuerda el Apóstol Pablo: es la herencia de la Cena eucarística y pascual. El Señor instituye la Eucaristía y permite que todas las generaciones subsiguientes puedan participar de manera sacraméntalo y litúrgica de la cena pascual. Así, como hizo en aquella Cena pascual con sus discípulos, hace posible que el pan y el vino se transformen en su cuerpo y sangre. Entonces instituye el sacramento de la nueva alianza. Esta es la definitiva y eterna, la cual se inscribe en el corazón de los creyentes. La celebración continua de la eucaristía, de generación en generación, hace realidad en la historia posterior la acción salvífica que nos transforma en nuevas criaturas.
En toda alianza, quienes la firman o la pactan se comprometen a hacerla conocer y, con sus acciones, a mantenerla viva. Eso hizo Moisés como nos lo recuerda el libro del Exodo: “Haremos todo lo que manda el Señor y le obedeceremos”. Así no sólo daba a conocer el documento de la alianza, sino que se creaba el compromiso de mantener viva la alianza. Los profetas, en especial Jeremías, anuncian que en el tiempo futuro se realizará una nueva alianza que sea del todo perenne. Un nuevo documento de compromiso entre Dios y la humanidad, pero escrito no en piedras sino en el corazón de los seres humanos. Es lo que hizo Jesús en la Última Cena, cuando mandó “Hagan esto en memoria mía”.
Esta última expresión asegura que existe el compromiso de mantener viva la alianza. Por eso, en la teología se considera que es el momento en que Jesús abre las puertas para que se experimente en el tiempo su sacerdocio. Para que se haga permanentemente presente la eucaristía y, con ella, la nueva alianza instituye el sacramento del sacerdocio. Si bien todos los bautizados participamos de su sacerdocio, hace posible que algunos de los bautizados puedan ejercer el ministerio sacerdotal: con él, hacen memoria de su acción redentora y pascual a lo largo de los siglos.
Día a día, pero especialmente domingo a domingo, la Iglesia renueva de modo sacramental la nueva alianza. Con la eucaristía, al hacerse presente Cristo de manera real y sacramental, además de renovar la nueva alianza, se tiene la plena seguridad de que Él sigue en medio de los suyos. El pan y el vino eucarísticos son alimento y bebida de vida eterna y salvación. Al participar de ellos, los creyentes, reciben una especial manifestación de la gracia del Señor y, a la vez, siguen disfrutando de los beneficios de la nueva alianza.
El Cristo presente en la Eucaristía hace la Iglesia y, ésta recibe de Él, la potestad de hacer la Eucaristía. Todo con la finalidad de mantener viva la nueva alianza y, con ella, saber que el Señor permanece siempre entre nosotros dándonos los frutos de su entrega pascual y redentora. A la vez, como nos enseña Pablo y la Liturgia de la Iglesia, “cada vez que comemos de este pan y bebemos de este vino, anunciamos su muerte y resurrección hasta su venida al final de los tiempos”. No es otra cosa, sino mantener siempre viva, como ya se ha indicado, la nueva alianza.
Con la fiesta de Corpus Christi, la Iglesia quiere invitar a los creyentes a recordar esta realidad de la que todos disfrutamos y salimos beneficiados; ello nos lleva a reafirmar nuestra fe en la eucaristía, como sacramento de la presencia actuante del Señor Jesús en medio de nosotros. Con la Eucaristía, celebrada como Iglesia, los creyentes renuevan su adhesión a Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, mediador de la nueva alianza.
La Iglesia nos invita no sólo a recordar la profundidad del misterio de la eucaristía, sino también a renovar nuestro compromiso de mantener viva la nueva alianza. Como Moisés lo hizo para animar a su gente, hoy la Iglesia lo vuelve a hacer para alentarnos a todos a seguir anunciando la victoria pascual de Cristo, sino también nos convoca para hacer real nuestra comunión con Él y seguir manifestando con nuestra vida testimonial, personal y comunitariamente, la nueva alianza. Para ello, “hay que seguir haciendo esto en memoria del Señor Jesús”.
+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.