La santidad, un camino de amor

Ya ha comenzado el curso en los diferentes centros de formación de la archidiócesis. He tenido el gusto de participar en muchos de sus actos de inauguración. Y precisamente este domingo quisiera tener un recuerdo para el santo a quien debemos el nombre de nuestro Ateneo Universitario.

¿Quién fue san Paciano? Un hombre famoso por su vida y por su palabra, documentado como el segundo obispo de Barcelona. Se cree que murió sobre el año 390. Se le considera Padre de la Iglesia de Occidente. Fue venerado desde el siglo VI como santo y sus reliquias se conservan en la Basílica de los Santos Mártires Justo y Pastor de Barcelona.

En el prefacio de la Misa de los santos se dice que ellos son intercesores nuestros y ejemplos para nuestras vidas. Por lo tanto, si san Paciano es patrón de nuestro Ateneo, no lo es sólo para que le imitemos en el estudio de la teología y de las ciencias humanas, que así hay que hacerlo, sino también y, de manera especial, para que le imitemos en su santidad. ¿De qué sirve un gran teólogo, un gran profesional, si su vida no refleja la grandeza de Dios, su santidad? El Señor nos dice a todos: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial» (Mt 5,48).

La santidad es descubrir y saborear que Dios nos ama con un amor personal, irrepetible, único y, por consiguiente, conlleva nuestra decisión de amarlo con un amor grande y personal. Cuando trabajamos o estudiamos, si lo hacemos desde el corazón, podemos descubrir y vivir este amor único y personal de Dios. El Señor quiere vivir una gran aventura de amor con todos nosotros, pero es necesario que nos dejemos amar, que no pongamos obstáculos, que no dudemos de Él, aunque nuestras vidas tengan aspectos turbios y de mucha fragilidad.

El beato Charles de Foucauld tiene una oración preciosa, que me gustaría que hiciéramos nuestra. En ella, hace que Dios nos diga: «Conozco tu miseria, las luchas y tribulaciones de tu alma, la debilidad y los achaques de tu cuerpo; conozco tu cobardía, tus pecados y tus debilidades. A pesar de todo te digo: dame tu corazón, ámame tal como eres.»

Abandónate en las manos del Señor. No temas. Nos cansaremos más nosotros de pecar que Dios de perdonarnos. El papa Francisco nos lo repite muy a menudo: «Dios no se cansa de perdonar». Acojamos con gozo su perdón y su misericordia. Sumerjámonos en el océano de su amor. Démosle nuestro corazón hoy y siempre.
Estimados hermanos y hermanas, que nuestra habitación, que nuestro hogar, sean también un espacio y una ocasión de centrar nuestra vida más y más en el amor. Nuestra vida no tendrá sentido si no amamos con todas nuestras fuerzas y con todo el corazón al Señor. Desde el amor a Dios, desde el corazón de Dios, podremos vivir amando. Con nuestra oración y sacrificio, con nuestra vida entregada por amor, contribuiremos a la salvación del mundo.

Cardenal Juan José Omella
Arzobispo de Barcelona
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