Para el servicio a la mesa de los pobres, tesoro de la Iglesia

Queridos Miguel y Andrés: 1.Cuando proceda a celebrar el rito de ordenación podréis ver y escuchar como le entregaré el Evangeliario a los dos ordenandos, con la invitación a que lo usen para su alimento y para alimentar al pueblo santo de Dios al que van a servir. Les diré unas palabras que, para cuantos hemos tenido la gracia de escucharlas, se han convertido para siempre en nuestro modo de ser y de vivir y en la recomendación guía de nuestro ministerio:
Recibe el Evangelio de Cristo,
del cual has sido constituido mensajero;
convierte en fe viva lo que lees,
y lo que has hecho fe viva enséñalo,
y cumple aquello que has enseñado.

2.Ésta, la del Evangelio, es la única entrega que vais a recibir. Eso significa que a partir de hoy vuestra vida ha de tener como alimento y como diseño para una perfecta configuración en Cristo lo que encuentra en el Evangelio. Ya no hay nada mejor que podáis desear y buscar que no sea el ir poniendo en vuestra vida la imagen de Cristo diseñada en ese texto, que recoge la buena noticia anunciada por la Palabra hecha carne, que habitó entre nosotros. A partir de hoy, lo que todos esperaremos de vosotros es que lo que hagáis, digáis y sintáis tenga perfume evangélico y, por eso perfume de Cristo; un perfume que alegre vuestra vida y sea la alegría del mundo.

3. Este gesto sacramental ha venido precedido, en la celebración a la que asistimos, por la liturgia de la Palabra que, como no podía ser de otro modo, ha puesto su acento en el servicio. Ha recordado que, la diaconía sacramental que hoy recibís sitúa vuestra vida en el seguimiento de Cristo, al que en el Evangelio le escuchamos decir: “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22,27). A partir de ahora, vuestra vida tiene que ser una declaración viva y alegre de que ya sois, como Jesucristo, para servir. “El que quiera servirme que me siga” (Jn 12,26). El servicio lo haréis, no como lo hace el mundo, que con tanta insistencia nos tienta para que nos adaptemos a él y a sus intereses; seréis servidores al estilo de Jesucristo: bebiendo con Él el cáliz de la cruz. No quiero asustaros; pero os digo que no peco de pesimista si os digo que vuestro cáliz lleva el líquido del martirio, unas veces cruento y otras incruento; no obstante, siempre es un líquido que nos estimula y alimenta en la fidelidad radical al Señor, para ser, como Él, cuerpo entregado y sangre de amor derramada en servicio salvador a los hombres. Esa es la razón de vivir de un diácono, el servir a los demás como Cristo. “El que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro servidor” (Mt 20,26).

4. Es por eso que el servicio hay que situarlo hasta las últimas consecuencias en el día a día de nuestra vida. El servicio ha de llevar la actitud y la forma de la humilde cercanía en los dolores, debilidades y necesidades de nuestros hermanos. Ser diácono, ser sacerdote o ser obispo no es mandar; eso que tanto le gusta a la condición humana; es poner la vida a disposición de Cristo y de nuestros hermanos.

5. Como hemos escuchado en el libro de los Hechos de los Apóstoles, vuestro origen ministerial está en una Iglesia en plena expansión misionera, en una Iglesia más en salida que nunca haya podido estar, la que daba los primeros pasos en los primeros tiempos. En ella, los apóstoles, como ahora nos está sucediendo a nosotros en Jaén veinte siglos después, iban descubriendo el alcance y la exigencia de su misión, siempre guiados por el Espíritu. El kerygma transformaba la vida de muchos y los reunía en la Iglesia, que aún era evangélicamente humilde y pequeña, pero muy auténtica y sin los lastres y pecados con los que ahora se muestra. En ella descubrían la fraternidad los pudientes y los pobres, y lo mucho y lo poco que tenían lo ponían en común; para ellos la caridad era una orientación imprescindible de la vida de fe, como lo era la oración en común, la celebración el día del Señor de la fracción del Pan. Se puede decir que la comunión de la Iglesia se fraguaba en el anuncio del Evangelio, en la celebración gozosa de los misterios y en el ejercicio de la caridad.

6. Fue en la actitud de búsqueda de aquella Iglesia conducida el Espíritu Santo, que siempre quita todos los miedos y anima los procesos de cambio, como nacieron los diáconos para el servicio de las mesas que, según se dice, era habitual en el ministerio apostólico. Los apóstoles buscaron a siete hombres de buena fama, llenos de fe, sabiduría y del Espíritu Santo, del que recibieron sus siete dones por la imposición de manos. Así fue el origen del Sacramento que vais a recibir y que tiene como vocación el servicio a la mesa de los pobres. Por eso, todo lo que hagáis ha de manifestar la luz de este primer y humilde origen y ha de reflejar el sacramento que la Iglesia quiso instituir servir a los pobres, para que los pobres fueran su tesoro, como mostró al mundo el diácono mártir Lorenzo. Por eso, se os encomiende lo que se os encomiende, esta vocación de servicio a los pobres no ha de faltar en vosotros.

7. En la oración de ordenación, que enseguida pronunciaré en el nombre del Señor, se recoge lo que la Iglesia desea para los diáconos. Le pide al Señor que marque vuestra vida con estas virtudes: que resplandezca en vosotros un estilo de vida evangélica, que sintáis en el ejercicio de vuestro ministerio de servicio un amor sincero, que optéis incondicionalmente por la solicitud hacia los pobres y enfermos, que viváis con una pureza sin tacha y que observéis vuestras obligaciones espirituales, que le darán fuerza, valor y sentido a lo que ya para siempre seréis en el seguimiento del Señor. Seréis consagrados para ser un signo vivo de la espiritualidad de servicio de la Iglesia.

8. La caridad, por tanto, ha de ser la dimensión fundamental y prioritaria para el compromiso de los diáconos. Lo es junto a otros servicios que poco a poco se añadieron al de la caridad, como el servicio de la Palabra y el del altar. Como sabéis, ya después de la elección de los diáconos, Esteban se vio obligado a predicar el Evangelio a los helenistas, los hebreros de lengua griega y de esa manera se amplió el campo del diácono a la predicación. Esteban condicionado por las circunstancias, intervino con su palabra para dar testimonio en aquel sector de la población. A partir de entonces el Espíritu hizo ver que el diácono está llamado también al servicio de la Palabra. Es más, fue así como también se manifestó en la Iglesia la universalidad del testimonio cristiano (cf. Benedicto XVI, Audiencia a los diáconos de Roma, 18 de febrero de 2006).

9.Esto me da pie a recordaros que ejerceréis el diaconado en una Iglesia en misión. Nuestra Diócesis de Jaén quiere hacer del anuncio del Evangelio su vocación y su gracia. Juntos haremos una experiencia misionera, a la que todos los miembros del pueblo cristiano estaremos invitados, y con la que daremos pasos hacia una conversión misionera que haga de la nuestra una Iglesia en salida y en estado permanente de misión. En la entrega del Evangelio, os hago un primer envío a la Misión. En el nombre del Señor, os digo a vosotros y a todos que confiéis en el Obispo, que os convirtáis a la comunión en este proyecto de misión, que he recogido con fervor del movimiento pastoral de la Iglesia y del magisterio del Papa Francisco.

10.Tengo plena confianza en que lo que os propongo lo quiere el Espíritu del Señor. Por eso os digo: abrid vuestro corazón a la Misión diocesana. A todos os pido que ajustéis vuestro paso al de la Iglesia diocesana. A los que aún os estáis peguntando para qué sirve todo esto, por el amor de Dios os pido que confiéis en quien está puesto por el Señor para guiar a esta Iglesia; salid de vuestras dudas y de vuestros miedos e incorporaos al dinamismo misionero que el Espíritu Santo está suscitando con muchas manifestaciones en nuestra Diócesis de Jaén.

11. Por último, queridos diáconos, os hago esta última recomendación: ponedle a vuestra vida “el rostro de la santidad”, que es “el rostro más bello de la Iglesia”; y no olvidéis que vuestro camino de santificación es el de las bienaventuranzas. Ellas serán, como dice el Papa Francisco, vuestro “carnet de identidad”, y en vuestro caso también “el de conducir”. Nunca dejéis de llevarlas encima, las necesitáis para vivir en los consejos evangélicos, el de la obediencia, la pobreza y el de la castidad, con un corazón célibe, como acabáis de prometer. La consagración sacramental que vais a recibir le da un especial tono de gracia, pero también de exigencia, a la vivencia de estos consejos evangélicos. Por eso, no rebajéis nunca la obligación de cumplirlos. Como dice el Papa Francisco: “Las Bienaventuranzas de ninguna manera son algo liviano o superficial; al contrario. De hecho, sólo podemos vivirlas si el Espíritu Santo nos invade con toda su potencia y nos libera de la debilidad del egoísmo, de la comodidad, del orgullo” (G et E, 65).

A la Santísima Virgen, patrona de tantos pueblos y ciudades y, en especial, cuando la invocamos como Virgen de la Cabeza, Patrona de la Diócesis, le pido que nos mueva a todos a la pasión por Cristo y a la pasión por el pueblo y haga de nosotros evangelizadores con espíritu.

+ Amadeo Rodríguez Magro
Obispo de Jaén
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