Sin tiempo para morir

Esta semana hemos celebrado la Solemnidad de Todos los Santos y la Conmemoración de todos los fieles difuntos. Los católicos hemos recordado no sólo a los beatos o santos, también hemos honrado a nuestros seres queridos, que no están oficialmente canonizados, pero que viven en la presencia de Dios. Sin duda, el día de los difuntos es un buen momento para recordar que la fe cristiana proclama la victoria de la vida y declara que la muerte no tiene la última palabra en la historia humana.

A propósito de estas dos fiestas, permitidme que os explique una historia que tiene como protagonista a un monje del que todos decían que era un santo. Siempre estaba de buen humor y siempre muy ocupado.

Un día recibió la visita de un ángel cuando estaba en la cocina fregando las cazuelas. Le dijo el ángel: «Dios me ha enviado para llevarte a la vida eterna, ha llegado tu hora».

El monje le respondió sonriente: «Te agradezco a ti y a Dios por invitarme tan pronto a su gloria, pero algunos pensarán que pedí morir sólo para no fregar más cazuelas… ¿No podríais dejar el viaje para más tarde?». «Vamos a ver lo que se puede hacer», le dijo el ángel. Y el monje continuó con su tarea fregando cazuelas… porque en el convento había pocos voluntarios.

Otro día el monje estaba en la huerta cavando la tierra y se le apareció el ángel, pero le vio tan atareado que, sin decirle nada, se fue.

Los días iban pasando y nuestro monje, cuando no tenía cazuelas que fregar ni tierra que cavar, solía ir al hospital a visitar a los enfermos y, cuando el ángel le vio en medio de tantos enfermos, le dejó tranquilo, no le dijo nada.

Pero aquella noche, de regreso al convento, el monje se sintió viejo y cansado, sin ganas de limpiar cazuelas, ni de cavar la tierra, ni de visitar enfermos… Entró en la capilla y le dijo al Señor: «Si quieres mandarme ahora a tu mensajero, estoy dispuesto a acompañarle, ya no sirvo para nada».

Y entonces el Señor le habló: «Hazme un poco de compañía, hace mucho tiempo que esperaba que tuvieses un momento libre para estar conmigo…».

¡Qué historia tan preciosa! Con este breve relato os invito a rezar por nuestros difuntos a fin de que el Señor les perdone sus faltas, puedan recibir su abrazo y gozar en su presencia, en compañía de todos los seres queridos que les precedieron en el camino del cielo. Os pido que tengáis una intención especial por todos aquellos difuntos por los que nadie reza.

Pidamos al Señor que no permita que perdamos la confianza en su amor de Padre y que, como el monje de nuestro cuento, descubramos cómo podemos colaborar en cada momento de nuestra vida con la obra de redención del Señor.

¡Queridos hermanos, que Dios os bendiga a todos!
Cardenal Juan José Omella
Arzobispo de Barcelona
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