Elaborado en tierras de Tarragona, el De Müller fue el primer vino en entrar en el Vaticano La viña catalana que llena el cáliz del cristianismo
Desde hace ciento setenta años, De Müller elabora vino de misa mezclando la producción de cada añada con la de todas las veinte anteriores, como si se tratara de una masa madre vinícola que reposa en botas de gran tamaño hechas con madera de roble y castaño
Tiempo atrás, el vino de misa fue considerado como un destructor de la memoria para los sacerdotes, perjudicándolos sobre todo en sus homilías, pero hoy en día disfruta de una salud que ni una pandemia ha podido interrumpir
| Xavier Pete Vega
El uso del vino en las iglesias es más antiguo que el ir a pie. Antes de que cualquier bodega cogiera el timón para aprovisionarse sus de casi todo el mundo, un vino hecho en Tarragona, el De Müller, fue el primero en entrar en el Vaticano y mantenerse nada menos que durante cinco papados (de 1903 a 1963). El secreto de su sabor, dulce y rancio vez, radica en la madera de las botas que la abrazan desde que se cortaron en Montpellier (Francia) en el siglo XIX, un toque casi espiritual que lo hace único en su especie.
En la tienda de la Catedral de Tarragona, el vino se hace sitio en las estanterías entre velas, imanes, souvenirs del templo y de la ciudad, y muchos otros objetos litúrgicos. Pero no se asusten, es vino de misa. Para unos, como los que somos de tierras vitivinícolas, es un artículo que pasa desapercibido en este tipo de bazar catedralicio; pero para otros, como la familia de alemanes que me encuentro en entrar, representa toda una sorpresa. "En Colonia no verás ni una sola botella de vino vendiéndose en la catedral", comentan a la tendera. Ella los mira y articula una respuesta que da la impresión de haberse aprendido para repetir cada día: "Nuestro vino de misa está en casi todo el mundo".
Lo he querido contrastar y, en efecto, el monumento más visitado de toda Alemania no se vende ni una sola gota de vino. Pero, atención, no se vende allí ni en las tiendas de muchas catedrales españolas, donde también lo he consultado: Barcelona, Valencia, Burgos, la Almudena, Santiago, Murcia, la Seu Vella de Lleida, Toledo, Pamplona, Granada, Mallorca ... Una estadística de andar por casa, pero capaz de demostrar que, en Tarragona, el producto más característico de la zona también es (di)vino, a diferencia de otros lugares, y se llama De Müller, un nombre fácilmente pronunciable por los clientes alemanes que ya han comprado dos botellas.
El vino de un Papa
Desde su bodega de Reus, el De Müller se extiende por los cinco continentes sin entender de religiones: "De una de nuestras botas puede haber salido el vino de un Papa y el de un sacerdote ortodoxo". Quien lo dice es Eduard Martorell, el propietario de la empresa que desde hace ciento setenta años elabora vino de misa mezclando la producción de cada añada con la de todas las veinte anteriores, como si se tratara de una masa madre vinícola que reposa en botas de gran tamaño hechas con madera de roble y castaño. El resultado, un vino dulce superior procedente de la garnacha blanca y macabeo con Denominación de Origen Calificada (DOC).
Un vino blanco utilizado para la representación de la sangre de Jesús —hipotèticament roja, aunque no hacerse ninguna analítica— que llena el caliz cristianismo internacionalmente. Pero el protagonista del Evangelio no cayó en el detalle de que no se podía cultivar la uva todo por razones obvias, y ni mucho menos se pudo imaginar que desde tierras tarraconenses, entonces ocupadas por los romanos, se resolvería este inconveniente comercial. Por eso, si en la Última Cena el agua hubiera sustituido el vino en las manos de Cristo, marcas como De Müller, Yzaguirre, Miró y muchas otras ahora quizás dejarían paso a Font Vella, Bezoya y Viladrau en los altares, como mínimo de Cataluña, y se garantizaría la presencia mundial.
De la venta tradicional a las compras on-line
Para la tienda de la catedral es habitual la presencia de los curas de la Archidiócesis que compran garrafas de este vino, elaborado según mandan los cánones conciliares, sin aditivos. "Los 80 gramos de azúcar y los 15,5 grados de alcohol vínico de cada botella lo hacen más digerible, incluso en ayunas, como se ha acostumbrado a dar las misas", señala el enólogo de la firma, Jordi Benito. Sin embargo, algunos sacerdotes deciden no pasar por aquí y ser fieles clientes de las bodegas de sus pueblos por cuestiones de empatía, apuntan fuentes del templo. "Para evitar dolores de cabeza, lo compro por internet y listos", sostiene uno de la zona.
Tiempo atrás, como en el siglo XVI, el vino de misa fue considerado como un destructor de la memoria para los sacerdotes, perjudicándolos sobre todo en sus homilías (así lo afirmaban los preceptistas de la retórica sacramental), pero hoy en día disfruta de una salud que ni una pandemia ha podido interrumpir: "menos misas, menos vino, pero siempre ha sido un elemento imprescindible en muchas casas, después del papel higiénico", reconoce el enólogo de De Müller; en efecto, su vino de misa también se bebe en los postres. Incluso, se tiene constatado que en alguna iglesia de Vietnam lo hacen probar los feligreses durante la eucaristía. Ya lo dicen, que de todo hay en la viña del Señor. Y si es de Reus, mejor.