Antibióticos para una Curia enferma de poder
Juan XXIII y Pablo VI la reformaron, aunque no se atrevieron a hacerlo a fondo. Juan Pablo II le dejó las llaves del Vaticano y se dedicó a recorrer el mundo. Y, cuando Benedicto XVI, el anciano sabio y bueno, quiso poner freno a su prepotencia y a sus desmanes, le montaron el Vatileaks. Sin fuerzas para hacer frente a los “lobos” curiales (como les llamó el propio Papa Ratzinger), presentó su renuncia, para dejar paso a un sucesor que supiese y pudiese embridarlos.
Durante estos últimos 35 años, la Curia campó a sus anchas. Suprimiendo la colegialidad y la sinodalidad, hacían y deshacían a su antojo en todas las diócesis del mundo. De hecho, los obispos iban a Roma con miedo. No al Papa de turno, sino a los 'lobos' curiales, que los atornillaban, los exprimían, los abroncaban con razón y sin ella, los exprimían económicamente, los miraban por encima del hombro y les imponían pesadas cargas que ellos no eran capaces de soportar. La ley del embudo curial.
La Iglesia estuvo, durante todos estos años, en manos de funcionarios sedientos de dinero y de poder. Funcionarios ideologizados, que impusieron una sola y única forma de ser Iglesia. La Iglesia del no, la Iglesia aduana, la Iglesia fortaleza asediada y sin entrañas. Iglesia doctrinaria, rígida, impostada. Iglesia madrastra. Iglesia de príncipes.
No todos los curiales fueron así. A lo largo de todos estos años los hubo incluso santos, como el argentino Pironio. Pero quizás la mayoría formaban parte del lado oscuro. Solterones con hambre de poder, que asaltaban, por riguroso turno y apoyados en sus respectivas cordadas, los escalafones del poder eclesiástico. Desde los más bajos a los más altos.
Para escalar puestos, a los monseñores italianos, sobre todo, se les abrían dos puertas: la de las curias diocesanas respectivas o la de la Curia central. Y los más hambrientos de poder optaban, si podían, por el relumbrón que proporciona el Vaticano.
Poco a poco se fue conformando lo que el Papa Francisco, llama 'casta' (quizás sin saber que Pablo Iglesia y los suyos inventaron el término en España, para referirse a la viaje clase política). Una casta con sus escalafones, sus cordadas, partidos o lobbys, y sus jefes de fila. Con nombres y apellidos. Entre los más poderosos, Sodano, Re, Ruini o Bertone. Especialmente el trío Sodano-Re-Bertone controló, durante años a sus anchas, la maquinaria curial e impuso su ley no sólo en Roma, sino en toda la Iglesia universal.
Con trapicheos y corruptelas sin fin, muchas de los cuales salieron en el primer Vatileaks y siguen saliendo en el segundo. Porque el trío, a pesar e la edad, se sigue aferrando al poder. No lo quieren soltar. Son príncipes, que viven como príncipes y se creen con derechos adquiridos para seguir gozando de sus privilegios. No para servir, sino para ser servidos.
Francisco quiere acabar con ellos. Fue uno de loe mandatos que recibió de su antecesor, el Papa emérito, y del cónclave. Ya comenzó a limpiar, pero la vieja casta se resiste como gato panza arriba. No quieren soltar sus prebendas. “Los Papas pasan y la Curia permanece”, suelen decir, ufanos y seguros de sí mismos.
Por eso, están esperando que este papado, que les está buscando las cosquillas y que pretende arruinar su tinglado, acabe cuanto antes. Sea una tormenta de verano. Y, después de él, vuelva la calma de los viejos hábitos. Están convencidos de que la Iglesia necesita control y mano dura. Están hartos de tanta zalamería de la misericordia y del samaritanismo. No tragan al Papa argentino de los pobres.
Y le ponen palos en las ruedas y murmuran como verduleras. Dicen, por ejemplo, que, para poder dar, hay que recibir y mantener bien engrasadas las cañerías (sucias y opacas) que surten de dinero y poder al Vaticano. Pero resulta que el Papa argentino quiere optar por los pobres no sólo en teoría. Quiere limpiar las cloacas y barrer el polvo del poder. Con aspiradora, de lo incrustado que está.
La gran tentación de los eclesiásticos es el dinero. Mucho más que el sexo (que decae con la edad). Para muchos de ellos, so capa de servicio, el poder les encandila y lo buscan por todos los medios. Sin familia, bien pagados y viviendo como rajás, tienen todo el tiempo del mundo para dedicarse a conquistar el poder.
Por eso esta mafia-casta está que trina y ya no aguanta más al Papa Francisco y sus continuas y durísimas reprimendas. El años pasado les largó un elenco de 14 enfermedades que, a su juicio, padece la Curia. Desde la búsqueda desenfrenada del poder al 'alzheimer espiritual'. Este año, como algunos (entre ellos el trio de cuervos) siguen sin convertirse, Francisco les enumeró los 14 antibióticos que todos deberían tomar, para curar de una vez las enfermedades que los aquejan.
Desde la “espiritualidad y la humanidad”, a la “ejemplaridad, fidelidad, amabilidad, humildad, caridad, verdad, honestidad, madurez, respeto, dadivosidad”, pasando por la “sobriedad”. Si no tienen ninguna de estas virtudes, ¿cuáles tienen? Antibióticos papales para convertir a los curiales en buenos cristianos, para que pasen del poder al servicio. Porque, en la Iglesia de Cristo y de Francisco, “los últimos serán los primeros”.
A algunos, con corazón de piedra, dedicados toda su vida a medrar y a mandar, les costará horrores convertirse. Y el Papa lo sabe. Por eso, tras decirles que sus comportamientos hieren al pueblo de Dios y le causan mucho dolor, les advierte de que se equivocan, si creen que se van a salir con la suya. Porque Bergoglio continuará adelante con la reforma de la Iglesia, con “determinación, lucidez y resolución”. Y cuenta para ello con la ayuda del Espíritu y del pueblo santo de Dios.
Por mucho que se resistan, caerán. Por mucho que el trío se aferre a sus cargos vitalicios están ya en la etapa del 'pato cojo'. Lo saben ellos mismos, lo saben los demás (incluidas sus propias cordadas) y lo sabe el Papa, al que, como buen gobernante, no le temblará el pulso.
José Manuel Vidal