Con Asia en el corazón desde joven
Desde entonces (y desde mucho antes), Bergoglio lleva Asia en su corazón. Fue su sueño juvenil, truncado por la enfermedad. Un sueño compartido con otros muchos jesuitas. Porque Asia forma parte del ADN de la Compañía. Desde nuestro Francisco Javier hasta Matteo Ricci, el continente asiático funcionó como un imán seductor para oleadas sucesivas de "compañeros de Jesús".
Era y sigue siendo la última frontera del catolicismo. El continente religioso por antonomasia, cuna de las más antiguas y mayores religiones de la humanidad, que parecía y sigue pareciendo impermeable a la fe cristiana. De hecho, todavía hoy, el catolicismo representa sólo al 3% de los asiáticos. Una gota en el mar.
El cristianismo, que conformó Occidente desde Constantino en adelante, es visto en Asia como una religión "moderna", extranjera (a pesar de haber nacido también en Asia Menor), sin arraigo entre ellos, con una doctrina y unos ritos muy alejados de su sensibilidad religiosa ancestral. A esta impermeabilidad cuasi natural de Asia al cristianismo, hay que sumar los errores cometidos por la propia Roma.
Hubo un momento en que la enorme China estuvo a punto de ofrecer carta de ciudadanía al catolicismo inculturado de Matteo Ricci, pero Roma tachó los sabios intentos del jesuita de "herejías" y "supersticiones". Y como tales, los mantuvo hasta 1939, cuando, por voluntad de Pío XII, un decreto de Propaganda Fide rehabilitó el método jesuita. Como casi siempre, con siglos de retraso y un daño inmenso a la expansión de la fe católica. De hecho, la única nación asiática mayoritariamente católica es Filipinas. En todas las demás (incluida la inmensa China), el catolicismo es residual.
Pero al Francisco desde siempre apasionado por Asia le encantan los retos. Le gustan las fronteras y las periferias, como gusta repetir con palabras y hechos. Y en Corea va a ver cumplido su sueño misionero ahora, a sus 78 años, en su primer viaje papal al continente asiático. Y volverá a repetirlo en 2015, con sendos viajes a Sri Lanka y Filipinas.
Al Papa Benedicto le gustaba la esfera, en la que cada punto de la superficie es equidistante del centro romano. De ahí su eurocentrismo teórico y práctico. Ratzinger siempre pensó que, si el catolicismo volvía a conquistar la cultura y la intelectualidad europeas, el efecto contagio llegaría a todas partes de la mano de la potencia intelectual de Europa.
A Francisco, en cambio, le encanta el poliedro, en el que cada cara es original y encierra diversas potencialidades. Asia es, para el Papa Bergoglio, la cara del poliedro que precisamente Matteo Ricci llamaba "el fin del mundo".
Con la vista puesta en China
Un papa venido del "fin del mundo" que visita el otro "fin del mundo", al que quiere convertir en una prioridad de la Iglesia. Y Corea es la puerta de entrada. Con un catolicismo minoritario pero pujante, que representa ya el 10% de la población del país. Un catolicismo de raíces laicales, con el peligro de instalarse en las clases medias acomodadas y olvidar sus propias periferias.
Y por ahí no pasa el Papa Francisco. Él quiere un catolicismo que gane adeptos por su capacidad de atracción samaritana, por su solidaridad encarnada, por su ternura y su misericordia. Una Iglesia en salida, centrada en el diálogo y con la mano tendida a creyentes y no creyentes. Ésa es la imagen de marca católica con la que el Papa quiere presentar a la Iglesia en Asia. Empezando por Corea, Sri Lanka o Filipinas. Pero, como buen jesuita, con el corazón y la vista puesta en la gran China.
Derribar el telón de bambú es el gran reto de Francisco. Juan Pablo II contribuyó a derruir el de acero. Ahora le toca a Bergoglio cumplir el gran sueño de los últimos papas: poner el pie en Pekín y conectar con el alma china.
Con la receta de la 'misericordina' por bandera. Porque Francisco sabe que tanto Corea como China y los demás 'tigres' asiáticos se han convertido en potencias económicas. A veces, demasiadas veces, sacrificando a la persona y su dignidad en el altar de la productividad. A esos asiáticos de vuelta del consumismo desaforado quiere presentarles Bergoglio un nuevo horizonte vital. El que pasa por colocar a la persona humana en el centro. También en el centro de la economía. Y por mostrar entrañas de misericordia con los descartados del sistema.
Misericordia, paz y reconciliación en una Corea con su herida abierta y sangrante del paralelo 38, que la rompe en dos. Una Corea, país de frontera entre el 'imperio celeste' y Japón, entre Rusia y Estados Unidos, el poliedro desde el que puede hacerse una nueva lectura de la contemporaneidad, precisamente porque vive en medio de las tensiones de las fronteras. En esa Corea, Francisco cumplirá el sueño de su juventud.
José Manuel Vidal