El Buenos Aires de Bergoglio y su catedral

Decadente y encantadora, Buenos Aires encandila nada más conocerla. Llevo aquí un par de días y ya me resulta casi familiar el Obelisco o el neón de Evita, que le sonríe al pobre y descamisado sur de la ciudad y muestra su ceño fruncido al rico y opulento norte. "Parece una ciudad europea bombardeada", dice un amigo de Mensajeros de la Paz que me acompaña, en referencia a los continuos socavones de las aceras. Aquí estoy, para visitar los numerosos proyectos solidarios que tiene la ONG del Padre Ángel y para "empaparme" (aún más, siempre es posible más) en las fuentes vitales de Bergoglio.

En su patria chica, Bergoglio es profeta en su tierra. Omnipresente, en los numerosos quioscos de prensa que surgen como setas cada pocos metros a lo largo de la esplendorosa avenida del 9 de julio. Y hasta en los autobuses de turistas. Porque la vis comercial de los bonaerenses ha hecho surgir ya el "tour del Papa", que recorre los lugares emblemáticos de la vida de Francisco, a bordo de un autobús, en la ciudad que lo vio nacer, crecer, disfrutar y sufrir.

Llama la atención un país latinoamericano con un estado del bienestar parecido al de España y de los países europeos, en algunos ámbitos. Aunque los argentinos dicen que son un "país del segundo mundo". Aquí, tanto la sanidad, como la educación son universales y gratuitas. Ni siquiera pagan las tasas en la Universidad. Y con una buena protección social. Al menos hasta ahora. Hasta le llegada al poder del neoliberal Macri.

Tras las huellas de Francisco, al primer lugar que me dirijo es a la catedral, su templo durante 15 años. Por fuera parece un templo romano clásico, la sede neoclasica de un gran banco o un monumento nacional en honor de San Martin, el prócer de la patria. De hecho en la parte derecha de la fachada, un gran candil arde con una llama permanente. Y al lado, una inscripción: "Aquí descansan los restos del capitán general José de San Martín y del soldado desconocido de la independencia. Salúdalos"

Nada más cruzar el umbral de la entrada principal, las cosas cambian y se sumergen en el universo de lo sagrado. Nos recibe un cartel con la foto del Francisco y un resumen de su biografia, que termina así; "Inició el ministerio petrino el 19 de marzo de 2013, solemnidad de San José".

Una nave central y dos laterales. El suelo de todo el templo es de magnífico mosaico veneciano. Al fondo, destaca el altar, el retablo dorado, presidido por una talla de la Virgen y dos púlpitos. Por encima del umbral de la puerta, el órgano.

Entre las capillas laterales me llama la atención la del Señor de los Milagros, talla de origen portugués, una talla tamaño natural del Padre Pío, a la que la gente se abraza, la capilla del Santísimo, la de la Virgen de Baires y, sobre todo, la de San Martin. Permanentemente custodiada por dos soldados con uniforme de gala y en posición de reposo. Con cambio de guardia en medio del templo, un evento que congrega a los turistas y que realmente llama la atención.

Busco las huellas de Bergoglio. Y me voy encontrando con las tumbas de sus predecesores, los cardenales Aramburu y Quarracino. Pero nada bergogliano. Por fin, detrás del altar mayor descubro la capilla bautismal y, allí, en la pared un mosaico con el escudo del cardenal Bergoglio y, debajo una pequeña placa que reza así: "El 13 de marzo de 2013, seindo arzobispo de Buenos Aires, el cardenal Jorge Mario Bergoglio sj fue elegido Sumo Pontífice, tomando el nombre de Francisco. Desde Roma, como prueba de paternal afecto a su antigua sede, envió este mosaico con su escudo. 29/VI/2013".

En un altar lateral del fondo de la seo, descubro otra pequeña huella bergogliana: un cuadro de la Virgen Desatanudos en una pared desconchada. Y poco más, que sea visible. Porque, en el ambiente flota el aure del Papa. En toda la ciudad y, por supuesto, en la catedral y aledaños.

José Manuel Vidal
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