La institución católica mantiene la fidelidad de los contribuyentes, a pesar de Cataluña y de su propia jerarquía Casilla de la Iglesia: ¿Pan para hoy y hambre para mañana?
"¿A qué se debe que la mala imagen pública de la Iglesia no influya (todavía) en las cuentas de su asignación tributaria?"
"En España, se suele identificar a la Iglesia no con sus bases, con el pueblo católico, sino con sus élites, con la jerarquía...En cambio, la gente suele valorar y muchos a los cuadros intermedios de la Iglesia: curas, frailes, monjas y sus instituciones de caridad y solidaridad"
"De esos 10 millones que van a misa, 8 ponen todos los años la cruz en su declaración de la renta, porque sienten, palpan y viven a diario la ayuda espiritual, cultural o social de la institución. Incluso, suelen implicarse y formar parte de esa ayuda"
"El problema es que la Iglesia vende mal su producto, se explica fatal, no pone en valor lo bueno que hace y esconde lo malo o comunica tarde"
"De esos 10 millones que van a misa, 8 ponen todos los años la cruz en su declaración de la renta, porque sienten, palpan y viven a diario la ayuda espiritual, cultural o social de la institución. Incluso, suelen implicarse y formar parte de esa ayuda"
"El problema es que la Iglesia vende mal su producto, se explica fatal, no pone en valor lo bueno que hace y esconde lo malo o comunica tarde"
Es evidente que la Iglesia española no tiene una buena imagen pública. Todas las encuestas de credibilidad social la sitúan en los últimos lugares, junto a los políticos. Y sin embargo, sigue manteniendo, año tras año, la fidelidad de los contribuyentes, que este año aportaron un máximo histórico de 284 millones de euros a sus arcas a través de la casilla de la renta. ¿A qué se debe que esa mala imagen pública no influya (todavía) en las cuentas de su asignación tributaria?
En primer lugar, hay que tener en cuenta que las encuestas de confianza social (en la que la Iglesia siempre sale muy mal parada) inquieren sobre la institución en general y, en España, se suele identificar a la Iglesia no con sus bases, con el pueblo católico, sino con sus élites, con la jerarquía. Dado que los obispos no gozan de muchas simpatías entre la gente, lo lógico es que la institución con ellos identificada logre una mala nota.
En el fondo, se trata de una mala gestión de la imagen pública de los obispos de cada una de las 70 diócesis españolas (especialmente de los poco que rompen el techo de cristal de los medios y llegan a la opinión publica) y, sobre todo, de la Conferencia episcopal, que es la encargada de comunicar con la sociedad en nombre de toda la jerarquía en su conjunto.
En cambio, la gente suele valorar y muchos a los cuadros intermedios de la Iglesia: curas, frailes, monjas y sus instituciones de caridad y solidaridad. Curas de barrio y de pueblo, cercanos a la gente, acompañándola y consolándola en la España vaciada. Frailes, que se entregan a fondo a los descartados en pueblos y barrios de las grandes ciudades. Monjas que dedican sus vidas a los más necesitados, enfermos, solos y desconsolados. Instituciones como Caritas o Manos Unidas (y un sinfín de ONGS de inspiración católica) que pisan barro con el pueblo y secan sus lágrimas en la medida de sus posibilidades.
Eso lo sabe la gente y lo valora. Y sobre todo lo saben los fieles católicos españoles. Porque, en plan macro, el número de contribuyentes se acerca mucho al número de practicantes. Se calcula que, en España, asisten a misa (el clásico ítem para medir la práctica católica) unos 10 millones de fieles cada domingo. La casilla de la Iglesia la marcaron unos 8 millones y medio. Es decir que, si restamos los católicos que no están obligados a hacer la declaración y, por lo tanto, no pueden marcar la casilla de la Iglesia, estaríamos hablando de dos cifras muy similares.
De esos 10 millones que van a misa, 8 ponen todos los años la cruz en su declaración de la renta, porque sienten, palpan y viven a diario la ayuda espiritual, cultural o social de la institución. Incluso, suelen implicarse y formar parte de esa ayuda. A ellos, no les afecta la mala imagen de los obispos. Ni siquiera las campañas de los rigoristas eclesiásticos, que llevan años invitando a no marcar la casilla de la Iglesia por la actitud (a su juicio, condescendiente) de los obispos con el procés catalán.
Ellos, los más fieles, no le toman en cuenta a la institución sus pecados. Incluso los más graves, como el de los abusos del clero. Ni su falta de capacidad profética e implicación de denuncia en las penurias sociales que sufren los más pobres.
Pero sin relevo, sin ganar para la causa nuevas cohortes juveniles, las misas se quedarán vacías o, como ya sucede en la actualidad, solo pobladas por cabezas canas. Y, por supuesto, sin ganar a las nuevas generaciones, no aumentará el porcentaje de la asignación tributaria. Al contrario, descenderá sin parar. Con lo que la alegría actual puede ser “pan para hoy y hambre para mañana”.
Uno, que conoce a la institución por dentro y por fuera, sabe que hay muchísimo bueno en ella. Que es mucho más lo bueno que lo malo, aunque en los medios sólo sean noticia los aviones cuando se caen. Y aunque, como dice el refrán latino, “corruptio optimi, pessima (la corrupción de lo mejor es lo peor).
El problema es que la Iglesia vende mal su producto, se explica fatal, no pone en valor lo bueno que hace y esconde lo malo o comunica tarde, cuando hoy la comunicación tiene que ser instantánea. O sigue considerando enemigos a los informadores religiosos, cuando tendrían que ser sus instrumentos necesarios.
En época de Francisco, es urgente un cambio radical en la política comunicativa de la Iglesia. En cada diócesis y, sobre todo, en la CEE. Por el mayor bien de la institución, obispos como Munilla, Sanz, Reig, Zornoza o Demetrio deberían optar por el silencio mediático. Otros, como De las Heras, Pérez Pueyo, Cobo, Herrero o Gómez Cantero, deberían intervenir más. Y los equipos mediáticos de las diócesis y, especialmente de la CEE, deberían dedicarse a vender historias positivas de la institución y a 'camelarse' a los medios y a los informadores. Convertir el limón en limonada, pero sin exagerar en el trazo, como suele hacer el Opus. El modelo está claro, con solo mirar a Roma y repetir lo que hace y dice Francisco, adaptado a nuestra realidad.
Y comunicar con gestos más que con palabras. ¿Cuántos obispos, imitando a su 'jefe' han dejado sus palacios, para ir a vivir a un seminario o una residencia de curas? Que yo sepa, sólo uno: el de Palencia, monseñor Herrero. ¿Cuántos se siguen desplazando en cochazos? Ejemplo, testimonio y austeridad de servidores, no de amos y señores. Es lo que el Papa llama 'conversión pastoral'.
Eso sí, siempre que la Cope, identificada como la cadena de los obispos, no siga alineando a la Iglesia con las derechas y que, como en época de Tarancón, la deje situarse como 'autoridad moral' por encima de los partidos. Por eso, entonces la Iglesia ocupaba los primeros puestos en el ranking de confianza social. Hoy, en cambio, está en el pozo de la credibilidad social.