¡Coja la escoba y barra su casa, Santidad!
Viene esto a cuento del enésimo escándalo en la sala de máquinas de la Iglesia. El hasta hace poco secretario del Gobernatorato de la Santa Sede, Carlo Maria Viganó, denuncia en sendas cartas al Papa y al cardenal Bertone que ha querido hacer limpieza financiera y que le han hecho la vida imposible. Tanto que sus "enemigos" (con el placet de Bertone y del Papa) consiguieron quitárselo de en medio con la consabida patada a seguir. O dicho en latín, qe suena más fino: 'promoveatur ut removeatur'. Y lo mandaron de Nuncio a Washington, que tampoco está mal. Así se lo quitaban de en medio y, además, le cerraban la puerta de acceso al capelo cardenalicio.
Aparte de las denuncias puntuales (con pelos y señales y cotilleos de verduleras) lo que trasluce de las cartas de Viganó (hechas públicas por varios medios de comunicación italianos) es el clima enrarecido del Vaticano. El célebre y mafioso Marcinckus, ya definió al Estado vaticano como "un pueblo de lavanderas". Pues así parece: cuentos, chismes, denuncias, rumores, descalificaciones, vicios ocultos, prevaricaciones, cohechos, falsos testimonios, juicios temerarios...Todos los pecados capitales juntos. Y todo con un único objetivo: conquistar y mantenerse en el poder.
El gran pecado de los altos curiales y de los eclesiásticos de rango no es el sexo (sus debilidades tienen, claro), sino la búsqueda incesante del poder y el carrerismo. Muchos de ellos dedican todo su tiempo (y disponen de mucho, teniendo todo lo demás magníficamente cubierto y sin otras preocupaciones vitales) y energías a la lucha por el poder. Con alianzas, cordadas, lobbies, estrategias, partidos...Como en la vida civil partidista, pero en silencio, en la oscuridad de la noche. Y con los consabidos latiguillos-tranquilizaconciencias, como "lo que la Iglesia me pida" o "he venido a servir" o "es la voluntad del Señor"...
No sé cuáles son las motivaciones de Viganó para denunciar los hechos. No creo que sean químicamente puras ni absolutamente evangélicas. Como en casi nadie. Un arzobispo con su rango y su procedencia (viene de una de las familias más ricas de Milán y se calcula que dispone personalmente de una fortuna de muchos miles de millones de euros) siempre busca llegar más alto. El caso es que quiso hacer limpieza financiera (quizás porque a él no le hace falta meter la mano en el cepillo) y barrer la dinámica de corruptelas vaticanas. Y se lo quitaron de en medio, vía Washington.
Tdavía no se sabe quién y por qué filtró a los medios las cartas de denuncia de Viganó. Caben, al menos, dos hipótesis: que haya sido el propio Viganó, despechado. O sus enemigos, para acabar de enterrar sus posibilidades de capelo. Porque parece claro que, en un sistema tan cerrado como el eclesiástico, el que denuncia paga. El que se atreve a hacer un poco de luz mediática no sale en la foto eclesiástica. Tardarán bastante (los tiempos en la Iglesia son largos, muy largos), pero el pobre-rico Viganó acabará de capellán de monjas en su pueblo.
Pero el problema persiste. La maquinaria curial está podrida. Y, al parecer, no hay nadie capaz de limpiarla. Ayer me decía un amigo asturiano (con excelente información en las alturas romanas) que el que manda en Roma no es el Papa, sino el tándem Sodano-Re. Y es que, como siempre se dijo, "el Papa reina, pero no gobierna". Éste y todos los demás.
En la lucha por el poder, hay varias cordadas en Roma. Y todas se preparan para la era del post-Ratzinger. Con un Papa anciano y débil, intelectual, pero sin dotes de gobierno, enfermo del corazón de tal forma que ya no puede ni caminar más de cin metros seguidos, los diversos partidos romanos velan armas. Y aguzan estrategias. La vieja guardia (Sodano-Re y compañía) se resiste a dejar el poder. El otro partido, que crece como la espuma, es el del cardenal Bertone y lo suyos. Sin olvidar al partido de Ruini, de Bagnasco, de Scola...
Santidad, dé un puñetato en la mesa, aunque sea con suavidad. Coja la escoba y barra a tanto carrerista, que sólo busca el poder y enfanga la imagen de la Iglesia. Haga una limpia profunda. Sin miedo y a fondo. Que no le tiemble el pulso. Ya lo hizo con la pederastia y, por eso, le llamamos el "barrendero de Dios". Hágalo con la Curia y se convertirá en el gran reformador, porque ése era el sueño que muchos soñábamos para usted. La tarea es árdua, pero contará con el aliento del pueblo de Dios, que no se siente reflejado ni representado y, mucho menos, pastoreado por esa casta de trepadores, y, sobre todo, con la fuerza del Espíritu Santo. ¡Coja la escoba y barra su casa, Santidad!
José Manuel Vidal