Dias inolvidables en Roma

Acabo de regresar de Roma. Siempre reconforta viajar a la caput mundi. Se esponja el corazón del creyente, se anima la ilusión del periodista y, con un milagro como el vivido, prenden mariposas en el estómago del informador religioso. Después de 30 años de profesión, uno se ha curtido en mil batallas, pero aún se sorprende cuando surgen milagros inesperados.

Porque un milagro ha sido para mi poder visitar la casa del papa. Ver su mesa en el comedor, degustar la comida de su menú diario, sentir su presencia y su halo en la capilla, ver la sala de reunión del C-8 o la sacristía donde se reviste a diario.

O tocar su amito o su casulla preparada para la misa del día siguiente. Rezar mirando a la imagen de su virgen e, incluso, sentarse un instante, con algo de reparo, en la silla donde reza después de la misa.

Una experiencia única. Profundamente religiosa, ante todo. Eclesial, después : tocas, hueles, sientes al Pedro-Francisco que trajo la primavera que sopla en la Iglesia.

Y, cómo no, una excepcional experiencia periodística. Entrar en el sancta sanctorum papal y ver cosas que son auténticos 'bocatto di cardinale' para un informador religioso.

Además de entrar en la Casa del Papa, estuve a un metro de los birretes cardenalicios. Veía los anillos con el zoom de mi cámara. Fui testigo de cómo Guido Marini lo controla todo hasta el más mínimo detalle. Por ejemplo, la forma de coger el birrete para dárselo al Papa. Al lado de los niños del coro de la Capilla Sixtina. Y con la sorpresa de descubrir en la fila anterior a la mía al padre de la Teología de la Liberación, Gustavo Gutiérrez.

Sentir la emoción, en esa misma ceremonia, de la histórica sorpresa de ver al Papa emérito de nuevo en San Pedro. Nadie lo esperaba. Llegó como siempre sin hacer ruido. Entró por una puerta lateral y, de pronto, se comenzó a extender un oh de sorpresa y admiración por toda la basílica, seguido de una cerrada ovación. Y, después, el encuentro de los dos Papa. Con Benedicto, quitándose el solideo ante Francisco. Un momento histórico, la perfecta escenificación de la comunión eclesial : los dos papas, el colegio cardenalicio, el colegio episcopal y el pueblo de Dios. A mi lado, un obispo brasileño comenta: "Por fin estamos todos".

La emoción de la misa de creación de los nuevos cardenales al día siguiente y el contacto directo y cercano con los nuevos cardenales por la tarde en la llamada visita de cortesía. Parolin, Stella, muller, que recordaba nuestra última entrevista en Comillas hace unos meses.

En el atrio de la Pablo me cruzo con Rouco y Monteiro posando juntos en una foto con niños. El cardenal de Madrid afable y de buen humor se acerca al Padre Ángel y le dice: "Muy bueno lo que haces con los mayores, pero no olvides a los niños". Y cuenta que acaba de estar en el hospital Gregorio Marañón, en la unidad de niños enfermos, y se quedo impresionado.

El saludo que más nos llega, lógicamente, es el de don Fernando Sebastián. Se le ve cansado, peto rebosante de alegría. Arropado por su familia de sangre y eclesial. Desde Yanes a Sánchez, que comenta con humor: "A mí me han saltado en el escalafón".

Al lado, un grupo de obispos españoles. Osoro se acerca, cariñoso como siempre y nos abraza. El Padre Ángel con su típicos socarronería le dice:

- Ya no vuelves a Valencia.
- Qué cosas tienes, ángel. ¿Dónde voy a estar mejor?

Otro encuentro emotivo fue el del pater con los dos cardenales argentinos. Karlic, anciano benemérito se fundeenn un abrazo con el Padre Ángel y juntos recuerdan cuando el cardenal casi le tiene que ir a rescatar en Baires de las garras de los aduaneros que quería quedarse con el cargamento solidario de medicinas que llevaba. Karlic nos habla del milagro de Francisco y asegura, con un dicho muy argentino, que "lo lindo es que está todo feo".

El neocardenal Poli, sucesor de Bergoglio en Baires, también recibió la ayuda solidaria del pater, le abraza y le dice: "Eres un ángel, haces honor a tu nombre".

En la misa del domingo, la del látigo papal contra los cardenales cortesanos que chismorrean y organizan cordadas, casi todos los prelados españoles que, en Roma hasta pierden la timidez) saludan, charlan y sonríen.

Se acerca el cardenal Estepa, acompañado siempre por su fiel escudero, el vicario general castrense, Pablo panadero. El anciano cardenal confiesa con una pasmosa serenidad: "He saludo de un naufragio (referencia a un reciente ictus) y voy hacia el puerto definitivo".

Días inolvidables en Roma. Subidón de ilusión. La primavera de Francisco se afianza y empieza a calar. También en España. Y pronto se verán su primeras flores.

José Manuel Vidal
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