¿Por qué no salen en tromba cardenales, obispos y curas a defender su encíclica y sus reformas? Echar el resto con Francisco por una Iglesia samaritana
"Si el clero calla, las piedras vivas de la Iglesia (el 'santo pueblo de Dios') gritarán"
"Ha llegado, según Francisco, el momento de la síntesis, de sumar sin restar, de unir fuerzas. Pasa salir al mundo. Para que la Iglesia deje de ser aduana y se convierta realmente en "casa de todos" y, sobre todo, en 'hospital de campaña' de los heridos por la vida"
"Es evidente que, en la Iglesia, hay una continuidad natural del pontificado católico. Pero también lo es que la institución sigue viviendo con sus dos almas: la conservadora y la progresista"
"Es la hora del 'buensamaritanismo' y sus abundantes aplicaciones prácticas y concretas, especificadas en su última encíclica 'Fratelli tutti'"
"El reformismo no avanza a su debido ritmo y cadencia, porque muchos de los dirigentes eclesiásticos son los mismos de antes"
"Es evidente que, en la Iglesia, hay una continuidad natural del pontificado católico. Pero también lo es que la institución sigue viviendo con sus dos almas: la conservadora y la progresista"
"Es la hora del 'buensamaritanismo' y sus abundantes aplicaciones prácticas y concretas, especificadas en su última encíclica 'Fratelli tutti'"
"El reformismo no avanza a su debido ritmo y cadencia, porque muchos de los dirigentes eclesiásticos son los mismos de antes"
"El reformismo no avanza a su debido ritmo y cadencia, porque muchos de los dirigentes eclesiásticos son los mismos de antes"
La Iglesia católica es maestra en la estrategia de la 'complexio oppsitorum', en pasar de la tesis a la antítesis, haciendo síntesis. En conciliar el blanco y el negro en el gris. Es la continuidad discontinua Porque la institución, maestra de sabiduría decantada en sus más de dos mil años de historia, nunca procede a saltos.
Pero sí hay, en su historia más reciente, cambios de ciclo o de rumbo, que la institución sabe combinar a la perfección. Juan XXIII inició con el Concilio Vaticano II el ciclo reformista, que culminó Pablo VI, con la coda de Juan Pablo I, el Papa meteorito por sus 33 días en el solio pontificio. La Iglesia, sin el Concilio, seguiría mirando a Trento y el catolicismo, sin él, se parecería más al islam rigorista e inflexible, que a la religión moderna que es hoy.
El Concilio nos hizo pasar del velo, del latín, de la misa de espaldas el pueblo, de la prohibición de leer la Biblia, de la Iglesia piramidal y del nacionalcatolicismo, a la misa en castellano, a la Iglesia pueblo de Dios, al clero servidor y a una religión personalizada y basada en la Biblia y en el seguimiento de Cristo.
En el post concilio se cometieron ciertos excesos (especialmente litúrgicos) y la institución, atemorizada, decidió cambiar de ciclo. Y Juan Pablo II echó el freno y la marcha atrás, en una clara involución doctrinal, a pesar de su apertura al mundo moderno, su defensa de la paz y de los derechos humanos. Como suele decir el prestigioso teólogo alemán Hans Küng, "el Papa Wojtyla predicaba para los demás los derechos humanos que no cumplía en su propia Iglesia".
La revolución tranquila
Sea lo que fuere, la institución entró en una largo ciclo conservador, que duró 32 años y que concluyó con Benedicto XVI y con su revolucionaria y profética renuncia. Y el péndulo eclesial, que se había escorado excesivamente a la derecha, volvió al centro con la nueva primavera de Francisco y su revolución tranquila.
Convencido de que, para dejar de ser "autorreferencial" y mirarse al ombligo, la Iglesia tiene que pacificarse internamente, Francisco planificó la canonización de sus dos predecesores (juan XXIII y Juan Pablo II, referentes de las dos almas de la institución) como signo de que todos somos Iglesia. Una Iglesia mosaico, integrada por todos los colores, tanto los de los conservadores como de los progresistas. Viviendo en paz y tolerancia. Asumiendo el pluralismo. Sin peleas internas estériles, que tanto desgastan a las huestes eclesiales.
Ha llegado, según Francisco, el momento de la síntesis, de sumar sin restar, de unir fuerzas. Pasa salir al mundo. Para que la Iglesia deje de ser aduana y se convierta realmente en "casa de todos" y, sobre todo, en "hospital de campaña" de los heridos por la vida, de los pobres y marginados, de los tirados en las cunetas de la historia. Una Iglesia con sus dos almas que laten juntas y al unísono a favor de los pobres.
A sus 84 años que pronto va a cumplir, Francisco sabe que, por ley de vida, no tiene demasiado tiempo. Y también sabe que el mayor desafío eclesial es el de la unidad. Desde el principio, hubo banderías. En la naciente Iglesia unos era de "Pablo y otros de Apolo". Con el paso del tiempo, las facciones creyentes llegaron a dividirse tanto que terminaron separándose en diversas confesiones cristianas. Desde entonces, los seguidores de Jesús viven con el pecado de la desunión a cuestas. A pesar de la angustiosa petición de Jesús al Padre: "Que todos sean uno".
Es evidente que, en la Iglesia, hay una continuidad natural del pontificado católico. Pero también lo es que la institución sigue viviendo con sus dos almas: la conservadora y la progresista, con todas las graduaciones y matices existentes en ambas parroquias.
Estas dos almas siempre han estado en pugna. Unas veces, pública y sonora; otras, silente o silenciada. Durante los 35 años de involución postconciliar (con su natural continuidad, sin rupturas drásticas), el sector progresista, que había sido el ganador del Concilio Vaticano II y lo había empezado a aplicar con Pablo VI, fue silenciado y sumido en las catacumbas. Unas veces, por mera supervivencia; otras, por pura y dura obligación. ¡Que se lo pregunten, si no, a los cientos de obispos y teólogos conciliares, que fueron sistemáticamente relegados, marginados y perseguidos! Desde Casaldáliga a Oscar Romero, pasando por Rutilio Grande, Gustavo Gutiérrez, Jon Sobrino, Ignacio Ellacuría, Helder Cámara...y tanto otros.
Un ostracismo ejecutado ante el silencio cómplice, cuando no la absoluta y total colaboración de la Curia romana, los cardenales, los obispos y el alto clero de todo el mundo. Roma, apoyada en los movimientos neoconservadores (Opus Dei, Comunión y Liberación, Camino Neocatecumenal, entre otros) avanzaba como una apisonadora interior de cualquier disidencia y como un ejército bien ordenado, que defendía la fortaleza de Roma con armas y bagajes. Prietas las filas. Las consignas eran férreas y se cumplían a rajatabla. Y el que se movía no salía en la foto.
Es verdad que otro muchos defendieron sus derechos y reivindicaron públicamente una Iglesia con identidad conciliar, como los teólogos en la declaración de Colonia (1989). Todos sufrieron en silencio y aguantaron, abogando por un cambio de doctrina, pero sin romper jamás la comunión con Pedro.
Francisco ha inaugurado una nueva primavera eclesial (sólo la palabra hace saltar como un resorte a los rigoristas). Un cambio de partitura, que se expresa en el paso del triunfalismo a la misericordia. De una Iglesia potente y roca fuerte a otra sencilla, humilde, servidora y samaritana.
Y para urgir este cambio musical se basa en el Evangelio, donde está clarísimo (aunque se haya olvidado o difuminado en algunas épocas) que “el Reino viene en la pequeñez y en la humildad”. Dios prefiere lo pequeño y lo humilde. Como su madre, la campesina de Nazaret.
Ésa es la nueva partitura de la primavera de Francisco para la Iglesia. Porque “lo pequeño y lo humilde son exquisiteces divinas” y “Dios nos salva haciéndose pequeño, cercano y concreto”. Y ésa es la trama que el Papa Francisco invita a tejer, desde ahora, a la Iglesia universal. Sin aislarse ni imponerse, como en otros tiempos. Toca, ahora, “operar en la pequeñez y acompañar en la cercanía con un corazón pleno y abierto”. O dicho de otra forma, es la hora del 'buensamaritanismo' y sus abundantes aplicaciones prácticas y concretas, especificadas en su última encíclica 'Fratelli tutti'.
¿Por qué no acaba de cuajar, entonces, el reformismo de Francisco? ¿Por qué algunos lo siguen torpedeando desde fuera y desde dentro? Desde fuera, es lógico: acaba con su chiringuito capitalista que mata y deja tirados a millones de personas en las cunetas de la vida y de la historia. Trump, Bolsonaro o Bannon defienden su negocio y el de los suyos: el Imperio del dinero.
¿Y en el interior de la Iglesia? El reformismo no avanza a su debido ritmo y cadencia, porque muchos de los dirigentes eclesiásticos son los mismos de antes. En la época involucionista anterior se eligieron los obispos 'seguros doctrinalmente' y férreos funcionarios dispuestos a mirar constantemente a Roma (la famosa tortícolis que denunciaba el cardenal Tarancón) y, además, coparon todos los puestos de responsabilidad y todas las estructuras del pueblo de Dios. Y, por supuesto, se hicieron con los seminarios, donde formatearon a su manera y a su medida el clero que ahora tenemos y prepararon a los curas no para ser servidores de la comunidad, sino funcionarios de lo sagrado.
Esos obispos, ese clero y esas estructuras siguen ocupadas, en gran medidas, por las mismas personas, que no han cambiado ni quieren hacerlo. Se vive más seguro apoyado en el clericalismo. Cuesta mucho más vivir a la intemperie del servicio. Y las inercias vitales son, a veces, insuperables. Porque la conversión personal es dura y la pastoral, más todavía.
Además, si antes la gran mayoría de los clérigos iban todos a una detrás del Papa, ahora, con Francisco la cosa ha cambiado diametralmente. Muchos siguen esperando que el 'papa venido del fin del mundo' y su primavera, sea algo pasajero, como un veranillo de San Miguel. Otros saben que tiene toda la razón del mundo y su Iglesia en salida y samaritana es la única manera de romper con la indiferencia secularizadora y seguir llevando el mensaje de Jesús a las nuevas generaciones. Pero no se atreven a dar el paso. O, mejor dicho, no se atreven a significarse. La santa y cobarde prudencia.
¿Cuántos cardenales y obispos han salido en tromba a defender al Papa, acusado de autoritarismo por querer limpiar la Curia y tener que defenestrar a un altísimo cardenal como Becciu? ¿Dónde están los parabienes de cardenales y obispos por una encíclica profética, histórica y centrada en el corazón del Evangelio, sin por eso sortear lo político-social?
Pues si ellos, los obispos y los curas, no lo hacen, hagámoslo nosotros. Que se levante en armas y se manifieste por todos los medios a su alcance el santo pueblo de Dios. Es hora de espaldar a Francisco, apoyar su encíclica e intentar llevarla a la práctica. Tenemos como Papa el gran líder global mundial. Es hora de presumir de Papa. Es hora de enorgullecerse de sus reformas. Es hora de echar el resto.