Enrocarse o pedir perdón: el dilema de Don Fernando

Estimado Don Fernando: Habíamos saludado con gozo el capelo que le ha concedido el Papa que se dice su "alumno". Entre otras cosas, porque pensábamos que era un premio a su trayectoria de hombre del Concilio y de teólogo de cabecera del cardenal Tarancón. Y un signo de que el cambio de timón romano estaba llegando también a España. A los pocos días, nos hemos quedado boquiabiertos y con un palmo de narices. Primero dijo aquello de que "las mujeres que abortan quieren quitarse de en medio al hijo para disfrutar de la vida". Nunca había escuchado (de boca de un eclesiástico de alto rango) una idea tan injusta y tan peregrina. Y pensé que había tenido usted un lapsus.

Pero llegaron nuevas entrevistas y nuevas declaraciones. Con otra perla, que está dando la vuelta al mundo: "La homosexualidad es una deficiencia que se puede normalizar". Algo así, dijo usted, "como la hipertensión que yo padezco". Y, como es lógico, se está armando la marimorena. Sus declaraciones no sólo han creado polémica en España, sino que se han repicado en todo el mundo mundial.

A mi juicio, sus declaraciones están produciendo un daño enorme a la Iglesia y al Papa que lo eligió para crearlo cardenal. Por eso y aunque no soy nadie para darle consejos, me atrevo a pedir, con todo el respeto y el aprecio que le tengo, que rectifique públicamente. Convoque, cuando antes, una rueda de prensa con un único punto: pedir perdón. Primero a los homosexuales. Después, al Papa y a la Iglesia.

No hace falta que se cubra de ceniza y se vista de saco. Basta con que pida disculpas y trate de explicar sus desafortunadas declaraciones.

Porque usted, Don Fernando, no se limitó a explicar el catecismo y a decir, como dice el Catecismo, que los actos homosexuales son pecado. Fue mucho más allá y tachó a la homosexualidad de enfermedad. Es decir, se metió usted en el campo de la ciencia, que no es el suyo. Y pontificando, se llevo por delante el respeto a los homosexuales y, además, incitó a la homofobia. Y, por supuesto, entró usted a formar parte del club de monseñor Reig y a solidificar un poco más la imagen homófoba de la jerarquía española.

Primero Evangelio y, después, doctrina, Don Fernando. Esa es la nueva dinámica que Francisco quiere para su Iglesia. Y, si alguien tiene que seguirle a pié juntillas, ése es un cardenal electo como usted. Independientemente de que usted no proclamó la doctrina de la Iglesia, sino una postura científica minoritaria y nada académica.

Como bien sabe, ante situaciones como ésta, los jerarcas suelen enrocarse, guardar silencio y esperar que escampe. Usted, como hombre de Iglesia inteligente, puede elegir la otra vía: la de la humildad, la de salir y dar explicaciones, y pedir disculpas y perdón. O incluso mandar una carta al Papa y decirle que renuncia al capelo por su torpeza. Que no lo merece ni lo desea y, como prueba de ello, está dispuesto a renunciar a él.

Don Fernando, ya no tiene usted nada que perder. Y la Iglesia tendría mucho que ganar con un gesto así.

Sé que usted, como hombre del Concilio, tuvo que sufrir mucho durante este largo invierno de la involución. Creo, incluso, que para hacerse perdonar su pasado "taranconiano" fue virando hacia posiciones más conservadoras, aunque los talibanes nunca le perdonaron su pasado. Además, me da la sensación de que, aprisionado en esa dinámica, terminó siendo fagocitado y llegó un momento en que algunos dudamos seriamente si no se habría pasado con armas y bagajes al campo de los resistentes al Concilio.

Todo esto, como comprenderá, es un intento muy personal (y quizás absolutamente erróneo) de explicar su comportamiento. Tanto el de estos años, como especialmente sus últimas declaraciones. La auténtica razón la sabrá usted y quizás algún día la desvele.

Pero, ahora, lo más urgente son los hechos, la polémica creada y su reacción ante ella. O calla y deja pasar la tormenta o pide perdón. El dilema es suyo y de su conciencia. Pero la verdad es que, se reconciliaría con la inmensa mayoría de los opinión pública y publicada con ese gesto de humildad de pedir perdón. O al menos de pedir disculpas y de explicar que quizás se haya pasado...

José Manuel Vidal
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