Laboratorio de la 'diplomacia de la misericordia'
Porque el Papa misericordioso ha convertido esta categoría evangélica en santo y seña de su pontificado. Por la misericordia se rige. La misericordia empapa todos sus actos y decisiones, sus peregrinajes y sus viajes. La diplomacia de la misericordia en acción significa, para Bergoglio, que nada ni nadie está perdido. Ni el más pecador ni el más delincuente.
Una diplomacia global, que supera cualquier horizonte, que nos ciñe a esquemas preconcebidos, que construye puentes donde parecía haber sólo abismos, que abre procesos sin preocuparse de cómo se cerrarán. Juega con todos los jugadores, sin prejuicios previos. Con la única condición de que jueguen y no intenten quedarse con el balón. Él juega con, desde y para los empobrecidos. Es su terreno de juego y los grandes líderes mundiales lo saben. Y lo que es más sorpendente, lo aceptan a regañadientes. Porque saben que tiene con él la fuerza imparable del pueblo, que lo ha convertido en su 'salvador'.
Por eso, en alas de la misericordia, Francisco va a recorrer los paisajes más crueles y en su propia geografía. Porque la geografía pastoral elegida por el Papa es un mensaje en sí misma. Francisco sólo va al centro del país, a México DF, para postrarse a los pies de la Guadalupana, la patrona de América, la Virgen de los descartados.
La mayoría de su viaje se centra en las periferias geográficas y existenciales. Desde los indígenas (los vencidos sin Historia) y los emigrantes de La Bestia en Chiapas, hasta los narcos en Michoacán o los descartados que mueren en la frontera de Ciudad Juárez, en busca del sueño americano del otro lado de la valla electrificada.
A todos esos 'infiernos' mexicanos el Papa llevará consuelo y esperanza, pero también denuncia profética. Un profeta incómodo. Porque, en nombre de Dios, señalará que no es justo el desarrollo con miseria, que hace que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. De tal forma que el 46% de la población mexicana (más de 55 millones de seres humanos) viven en la miseria, mientras aguantan las bofetadas de la opulencia de los ricos.
Un profeta incómodo incluso para los suyos, los propios católicos y, especialmente, para sus jerarcas, acostumbrados a ser príncipes y a pilotar, durante décadas, una Iglesia aduana más que hospital de campaña. A los obispos les pedirá el Papa cambiar hábitos, inercias, discursos y subrayados. Y, sobre todo, que den ejemplo con sus vidas, que prediquen pero, sobre todo, que den trigo de misericordia en una Iglesia samaritana y volcada con los más pobres.
Porque, como dice el obispo rebelde de Saltillo, Raúl Vera, "hay un 'efecto Francisco' en los ciudadanos, pero aún no en la Iglesia. Somos los obispos y sacerdotes los que tenemos que convertirnos a la integridad del Evangelio". Se puede decir más alto, pero no más claro. Y el Papa ahondará en el clavo. De príncipes a mendigos por amor a Cristo y a sus preferidos, los pobres.
José Manuel Vidal