Nadie puede detener la primavera en primavera

Nunca un Papa se había atrevido a tanto. Pero Francisco ya nos tiene acostumbrados a gestos inéditos y llamativos. Aún así, la noticia dio la vuelta al mundo. El pasado sábado, 24 de enero, recibía a un transexual español, Diego Neria, de 48 años, con su novia Macarena. Le abrazaba y le decía: "Dios quiere a todos sus hijos, estén como estén, y tú eres hijo de Dios y por eso la Iglesia te quiere y te acepta como eres. ¡Claro que eres hijo de la Iglesia!". Y los tres se fundieron en un abrazo, sin que Diego pudiese reprimir las lágrimas. Y las dejó correr a gusto, sabiendo que, en su reciente viaje a Filipinas, el Papa había proclamado la teología de las lágrimas: "Hay que saber llorar".

Emocionado, Diego, católico practicante, sentía, vivía y experimentaba otra Iglesia, la Iglesia "casa abierta para todos" del Papa Francisco. Esa misma Iglesia samaritana con la que se había topado en la persona de su obispo, el titular de Plasencia, Amadeo Rodríguez, que hizo llegar su carta al Papa y le ayudó, incluso económicamente, a realizar el sueño de visitarlo.

No se sabe mucho de la conversación que Diego y su futura mujer mantuvieron con el Papa. Eso permanece en lo secreto del fuero interno. Lo que sí se sabe es que Francisco actuó, una vez más, de suministrador del bálsamo de la aceptación y del consuelo.

Una transformación


El Papa quiere transformar la Iglesia. Hacerla pasar de "aduana" a "hospital de campaña". De roca fuerte y poderosa a madre de manos humildes y acogedoras. Para que se convierta en el asilo y en el refugio de todos los heridos del mundo. De todos los machacados por la sociedad y por la propia institución eclesial. La Iglesia "no es de las élites" eclesiásticas, repetía anteayer. Los preferidos en ella son los últimos, los que menos cuentan. Diego, el transexual, es un caso clamoroso. Pero lo mismo podría decirse de los gays o de los divorciados vueltos a casar o de las madres solteras.

Porque este Papa consolador, que siempre predica con el ejemplo, ha mantenido ya gestos especiales con personas pertenecientes a todos estos colectivos marginados en la propia Iglesia. Llamó a un homosexual francés, para animarle a sentirse querido por Dios, y, en el vuelo de regreso de Brasil, cuando le preguntaron por la cuestión gay, contestó aquello ya famoso de "¿quién soy yo para juzgarlos?". Y añadía: "Las personas homosexuales tienen que ser respetadas, independientemente de su tendencia sexual".

En el mes de abril de 2014, Francisco llamó por teléfono a Jaquelina Lisbona, una divorciada argentina casada en segundas nupcias con un hombre también divorciado, que le había escrito porque su párroco se negaba a darle la comunión. "El divorciado que comulga no está haciendo nada malo", le dijo el Papa. En agosto, llamó a un joven de Granada que le había relatado por carta los abusos que sufrió por parte de varios curas del clan de los Romanes y le pidió perdón.

Otras veces no son llamadas, sino hechos. Por ejemplo, el pasado 13 de enero el Papa bautizó en la Capilla Sixtina a 32 niños, entre ellos a Giulia, de siete meses e hija de una pareja italiana casada sólo por lo civil, y al hijo de una madre soltera.

La pastoral de los 'irregulares'

Es la pastoral de los irregulares, de los que, oficialmente, hasta ahora la doctrina y la praxis de la Iglesia condenaba y marginaba: transexuales, homosexuales, divorciados, madres solteras o parejas de hecho.

Es una pastoral realizada por el Papa en primera persona. Una pastoral de la que se da a conocer el hecho (la acogida a las ovejas descarriadas), pero sin fotos comprometedoras y sin las palabras del Papa. Una forma sutil, fina y típicamente jesuítica de lanzar mensajes, sin comprometer la autoridad papal ni la doctrina de la Iglesia.

Lógicamente, estos gestos osados del Papa preocupan y hasta indignan a los sectores más conservadores de la Curia romana y de la Iglesia, especialmente preocupados por la doctrina. Les duele en el alma que el Papa les cambie el paradigma. Porque, para Francisco, primero es el Evangelio de la misericordia y, después, sólo después, la doctrina. Pero no pueden protestar, porque los gestos no menoscaban la doctrina.

Eso sí, gestos y llamadas mandan potentes señales hacia la sociedad en general, y hacia la mayoría del pueblo de Dios, en particular. Con ellos, el Papa está diciendo a la gente, incluso a los más alejados, que la Iglesia está cambiando. Que, en su primavera, lo primordial es la misericordia. Que la suya es una revolución de la ternura. De ahí que, en menos de dos años, se haya ganado el favor y el fervor popular, incluso de los no creyentes.

Cisma silencioso

Y lo que para él es más urgente, despertar al pueblo de Dios. Sumar a su causa a los millones de creyentes sumidos, desde hace años, en el llamado cisma silencioso: no viven en sus vidas la doctrina eclesial, sobre todo en lo que se refiere a la moral sexual. Francisco quiere que el pueblo le ayude a pasar de la moral del semáforo (del no, del todo es pecado), a la de la brújula o el faro. Hay un ideal moral, que se puede alcanzar o no, pero siempre en proceso, en camino y sin dejar en la cuneta a los que, por imposibilidad o debilidad, no lo consiguen.

Francisco sabe que, sin un cambio radical en la moral sexual, la Iglesia se desconecta con sus bases y, lo que es peor, no sintoniza con las nuevas generaciones. Y sin jóvenes, no hay futuro posible. ¿Cómo exigir castidad perfecta a una pareja que tiene un proyecto de vida en común estable, pero que por las circunstancias económicas no puede casarse hasta pasados los 30? ¿Cómo decir en África que, para prevenir el Sida, no se puede usar preservativo? ¿Cómo explicar a un matrimonio católico que no puede utilizar medios anticonceptivos artificiales? ¿Cómo vivir la paternidad responsable para no "traer hijos al mundo como conejos"?

En este camino de abrir grietas, el Vaticano de Francisco ha pasado de los principios innegociables (que eran todos) a la misericordia como referente fundamental, a lo que se supedita todo lo que no sea dogmático, es decir, las verdades del Credo. Sólo así, la Iglesia podrá dar respuestas a las preguntas que se hace la gente. Y sólo así, con el apoyo del pueblo, Francisco podrá vencer las resistencias de sus halcones.

Consciente de que tiene una misión providencial que cumplir en pocos años, en muy pocos años. El tiempo le apremia y los cambios, en la Iglesia, cuestan. Pero Francisco sabe también que la barca de Pedro la conduce el Espíritu y que nadie puede detener la primavera en primavera.
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