Obispos sufragáneos que rompen la comunión con su metropolitano
En las 'chinitas' lanzadas contra monseñor Osoro, siempre recubiertas de falacias religiosas, le acusan de mirar para otro lado, de hacer de Don Tancredo, cuando la fe está en peligro, atacada por el PP, enemigo de la Iglesia. Y, sobre todo, le afean el hecho de no sumarse a la cruzada antigay, abanderada por los obispos de Getafe (monseñor López de Andújar y su auxiliar, monseñor Rico Pavés) y de Alcalá (monseñor Reig Pla).
Simplificando un poco y para que se nos entienda, estos tres prelados, que ya en la anterior etapa eclesial formaban parte del círculo más conservador del episcopado español, se sitúan ahora abierta y descaradamente en el frente anti Francisco. Forman parte del grupito de prelados 'resistentes' a las reformas del Papa, integrado por unos 15 mitrados y encabezados por su líder en la sombra, el cardenal jubilado Rouco Varela. Son los obispos del “antiguo régimen”, los que se quedaron anclados en la Iglesia roca fuerte e institución de poder, que impone su moral a toda la sociedad.
Frente a ellos, la mayoría de los prelados españoles tratan de acompasar su paso con el de Roma y plegarse a las directrices que desde allí llegan. Y eso es algo que tampoco le perdonan al arzobispo de Madrid, que, sin estridencias, quiere sacar a la Iglesia de la arena política partidista, hacerla pasa de aduana a hospital de campaña y poner su reloj a la hora del del Papa Francisco.
Según el teorema del experto alemán en teología política, Carl Schmitt, “no hay teología política, si no hay enemigo”. Seguidores, quizás sin saberlo, del teórico filonazi, los rigoristas que atacan a Osoro necesitan un enemigo exterior, para poder subsistir y dar razón y sentido a sus existencia. Un enemigo que antes era “el mundo, el demonio y la carne” y que hoy es incluso el PP, el partido del ministro del Opus, Fernández Díaz.
Quieren una iglesia que plante cara y, constituida en un poder más, imponga (diciendo que no impone, que sólo propone) su moral y su doctrina a los cuerpos y a las almas. Una vuelta a la Iglesia de cristiandad, que añoran. La Iglesia levadura en la masa del Evangelio les suena a buenismo. Desconocen que ya el jesuita Pierre Teilhard de Chardin, teólogo y científico, escribía, hace años, que “la Iglesia seguirá en decadencia hasta que no rompa con el mundo ficticio de la teología verbal, del sacramentalismo cuantitativo y de las devociones etéreas”.
Los obispos y laicos rigoristas quieren cultivar de nuevo ambiciones de primacía, cuando lo que Francisco busca es todo lo contrario: regenerar el catolicismo en busca de sus orígenes, para que pueda curar las heridas de la condición humana, sin otros intereses confesados o inconfesables. Se trata de abandonar la lógica del poder, que pretende controlar las mentes y los cuerpos de las personas, diciéndoles qué deben pensar y cómo deben comportarse.
Se trata de asumir la lógica del servicio hacia la vida concreta y la experiencia espiritual de cada persona. Se trata de pasar el principio de la verdad por el principio de la realidad evangélica. Se trata de pasar de una religión que se concibe como la única verdad a la que ama el diálogo, porque sabe que la verdad es Dios. Se trata de optar por el mundo ficticio de la teología del catecismo (como hacen los rigoristas) o por el universo real de las preguntas vitales y de sentido (como hace el Papa).
En el caso de los obispos rigoristas de Getafe y Alcalá se juega otra cuestión interna, pero no de menor calado: la ruptura de la comunión afectiva y efectiva. Ambos obispos al frente de sus respectivas diócesis forman parte de una entidad que las aglutina, llamada Provincia eclesiástica madrileña. Un organismo de coordinación pastoral, que se nuclea en torno a la archidiócesis de Madrid y que tiene en su arzobispo al primus inter pares entre los obispos de la citada circunscripción eclesiástica. Por eso, Carlos Osoro figura como arzobispo metropolitano y las diócesis de Getafe y Alcalá son sufragáneas de la de Madrid.
Como es obvio, los obispos sufragáneos Reig y López de Andújar no le deben obediencia al metropolitano Osoro. Cada obispo en su diócesis es dueño, amo y señor, como se decía antes. O mejor dicho, servidor, como se dice en tiempos de Francisco.
Es decir, si los citados obispos actuasen por separado, no habría nada que objetar. Pero, al unirse y firmar dos documentos seguidos sobre el mismo tema (el anterior, hace unos meses) en comandita, rompen la comunión afectiva y efectiva con el metropolitano.
¿Por qué actúan los dos obispados sufragáneos juntos y no por separado? ¿Quién está detrás de esta dinámica perversa? ¿Quién mueve los hilos de Reig y de López de Andújar y su auxiliar, Rico Pavés? La pretensión de estos obispos parece ser el convertirse, de cara a la galería, en adalides de la recta doctrina. Con lo cual, indirectamente, colocan en el disparadero de los tirapiedras a su metropolitano, monseñor Osoro.
Los sufragáneos (que dependen de la jurisdicción y autoridad de otro, según el diccionario de la RAE) señalan a Osoro y consiguen que, a los ojos de los rigoristas (pocos, pero maquiavélicos y fundamentalistas), pase por ser un tibio y acomodaticio Don Tancredo. Eso sí, también consiguen, por efecto rebote, que a los ojos de la mayoría de la gente (eclesiásticos incluidos) se agigante la figura del prelado madrileño como el hombre del Papa en España.
Los obispos de Getafe y Alcalá dan munición a los rigoristas, pero se desacreditan. Hacia afuera, por fundamentalistas y aduaneros doctrinarios sin corazón, fariseos que imponen fardos pesados en las espaldas de los demás. Y hacia adentro, porque rompen el sacrosanto principio de la comunión. Ése que invocaban, en otros tiempos, para imponer su particular visión doctrinaria a toda la Iglesia.
En definitiva, el tradicionalismo de los rigoristas (obispos y sus terminales digitales) es como un pájaro asustado que vuela hacia atrás, hacia el pasado, y quiere mantener a la Iglesia en el largo invierno de la involución. Les fastidia asumir que nadie puede parar la primavera en primavera.
José Manuel Vidal