Padre Antonio, el cura de la HOAC

Era de la estirpe de los grandes curas de la HOAC. Digno sucesor de Tomás Malagón y Eugenio Merino. Antonio Martín, mi amigo y mi padre espiritual, acaba de fallecer en su nativa Palencia. Con el corazón todavía encogido por la noticia, pero con el alma esperanzada escribo este póstumo homenaje. Esperanza, porque sé que tendré (tendremos), a partir de ahora, de ferviente intercesor ante el Padre a este hombre sabio y cabal, a este cura fiel y entregado, a este consiliario que dio su vida por la HOAC y por el mundo obrero.

Era sabio y prudente. Hablaba, a menudo, en parábolas, como Cristo. Tenía la sabiduría de los curas enciclopedistas de antaño. De los que dominaban latín, griego y hasta hebreo (y, por supuesto, el alemán que aprendió en Alemania, acompañando a los emigrantes españoles). Por eso, dominaba el sentido y el significado profundo de las palabras. Y las desentrañaba y diseccionaba como un cirujano con su bisturí. Y les extraía todo su sabor. Y, una vez pasadas por su túrmix, nos las servía en plato sencillo.

Era cura, profundamente cura, pero nada clerical. Trataba a los laicos de igual a igual. Siempre entregado, siempre generoso. Su tiempo era para los demás. Su vida entera, ofrecida. Era y fue un cura de Francisco antes de Francisco. De los que mamaron el Concilio (lo vivió como estudiante en Roma), se enamoraron de él, lo llevaron a la práctica con ilusión y nunca lo olvidaron. Permaneció en el surco del espíritu conciliar toda la vida. Practicando en su vida y en su pastoral la corresponsabilidad a tope, uno de los distintivos de un movimiento tan asambleario como la HOAC.

Y, cuando el viento cambió en Roma, no se avinagró ni se encerró en sí mismo y en sus grupos-estufas. Siguió viviendo el Concilio desde la mística de la resistencia activa. Y, como tal, Antonio Martín puede ser considerado con toda justicia como una de las "parteras" de la actual primavera de Francisco.

La HOAC fue su amor y su vida. Al movimiento le entregó todo. Y, a mi juicio, marcó al movimiento en profundidad. Al menos, en Madrid, creo escuela. Somos muchos sus discípulos. Antonio fue una especie de puente entre los grandes dirigentes históricos y las nuevas hornadas del movimiento, para convertirlo en levadura en la masa y adaptarlo a los nuevos tiempos de la transición y de la democracia.

Nos inició en la HOAC a nuestro equipo, al equipo del Lucero. Nos cuidó, nos mimó, nos tuteló y nos acompañó en las duras y en las maduras. Hasta adaptó los materiales de la iniciación para nosotros. Nos acompañaba tanto en las reuniones como en las cenas posteriores. Con su buen humor de siempre y un vasito de buen tinto.

Hace unos meses fuimos a verle todo el equipo a Palencia y pudimos gozar de su presencia. Hasta conservamos una grabación en la que, al final de la cena, comenzamos a hacerle preguntas comprometidas, a las que, con su habitual sabiduría, nos fue contestando. Será un bello recuerdo.

Le dolía la Iglesia jerárquica, pero nunca rompió con ella. Y siempre disculpaba a sus pastores. Y, cuando le indignaba especialmente alguna decisión del cardenal Rouco, acudía a su amigo e intermediario, el obispo auxiliar Fidel Herráez, y con él se desahogaba. ¡Y cómo gozaba con la primavera de Francisco! "A veces, creo que es un milagro que, como al anciano Simeón, Dios me concedió poder ver", decía.

Padre Antonio, nunca te olvidaremos. Vives en nuestra memoria. Formas parte de nuestras vidas. Estás metido en nuestro corazón. No puede morir aquello que se quiere. Y tú, Antonio, vives en Dios y en nosotros. Descansa en paz amigo, padre, maestro.

José Manuel Vidal
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