No para de sorprender. Aunque, acostumbrados a que nos deslumbre un día sí y otro también, ya procesamos los gestos de Francisco como si fuese algo habitual. Pero sus decisiones siguen siendo históricas. Como la de ayer mismo:
renovar su pasaporte y su DNI. Más aún, renovarlos, para viajar por el mundo, sin renunciar a sus raíces, a su patria argentina. El primer Papa en la historia que, aún pudiendo, no va a utilizar ni su pasaporte ni su DNI del Estado Vaticano.
Es una forma, indirecta o muy directa, de decirle al mundo que, aunque teóricamente sigue siendo Jefe del Estado vaticano, en la praxis es un ciudadano argentino convertido en obispo de Roma y, por lo tanto, en Papa de la Iglesia universal.
Quizás sea su forma de decir que el Papa debería renunciar a ser Jefe de Estado.
Quizás sea su forma de decir que,
aún siendo Papa, no piensa hacer uso de sus múltiples y abundantes privilegios.
Es
su forma de normalizar el ejercicio del papado. El Papa de lo normal y de la normalidad, esa cualidad que tanto le gusta.
Quizás sea su forma de decir que se considera
"un ciudadano del infinito", como cantaba el Padre Zezinho, pero con raíces bien ancladas en su patria. Un católico, un universal, pero encarnado.
Quizás sea su forma de no romper el cordón umbilical simbólico con su tierra. Con su carnet de siempre, orgulloso de sus orígenes.
Un Papa que sigue siendo ciudadano argentino.
José Manuel Vidal