El Papa a los pies de la Virgen que llora por su México lindo
Después de la misa, Francisco estuvo 20 minutos a solas con la Virgen, en su camerín. Uno de los momentos cumbres (seguro que tendrá muchos más) de la recién inaugurada visita papal a Mexico. ¿Qué la habrá dicho? ¿Cómo le habrá rezado? ¡Quién pudiera escuchar sus bisbiseos y ver pasar sus pensamientos!
Aunque tampoco hay que ser adivino, para descifrar las grandes líneas de la sentida oración del primer Papa latinoamericano a la Reina de las Américas. El propio Francisco, en varias ocasiones antes del viaje, subrayó la importancia y el contenido de ese momento mágico.
Seguro que se dejó ir y explayó sus sentimientos más hondos, como un hijo ante su madre. Seguro que, antes de recorrer “la geografía del dolor” desde Chiapas a Ciudad Juarez, que lo va a llevar por las heridas abiertas de un país ensangrentado, pidió a la Guadalupana que seque las lágrimas de México y de América. Para tener la esperanza honda de que “las lágrimas de los que sufren no son estériles”.
Porque México llora y el llanto de sus hijos, sus gritos desgarrados llegan a los oídos de la madre. Las lágrimas de los indígenas, de los pobres, de los emigrantes, de las víctimas del narcotráfico y de la corrupción: los descartados del sistema.
Los últimos y los que no cuentan tienen un intermediario en el Papa y una abogada defensora en la Virgen, que se manifestó a Juan Diego con rasgos indígenas y encinta. Un modelo de encarnación en la cultura de este país multicultural y mestizo. Una madre que, en su casita, tiene siempre las puertas abiertas para sus hijos.
Y allí acuden en masa. Unos 20 millones de personas al año, que convierten su santuario en el más visitado del mundo. Y ella, siempre solícita, seca sus lágrimas y les sigue susurrando lo que le dijo al indio Juan: “¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”.
Por eso, Francisco quiere que la Iglesia mexicana, en especial sus obispos, miren a su pueblo con los ojos de la Guadalupana, con los ojos de la madre deseosa de inclinarse sobre las heridas de este, a veces, no tan lindo país. Y, por eso, ha pedido a la jerarquía (en un largo, potente y vibrante discurso) que abrace a fondo la “teología del pueblo”: “Inclínense delicadamente y con respeto sobre el alma profunda de su pueblo, bajen prestando mucha atención y descifrando su rostro misterioso”. Una Iglesia regazo de madre.
Al igual que María, la Guadalupana consoladora y roca fuerte. Como decía el Nobel mexicano, Octavio Paz: “Los mexicanos resistieron la invasión cultural de Estados Unidos gracias a su estructura familiar y comunitaria, a las madres, a sus costumbres, a su religiosidad y, sobre todo, gracias a Nuestra Señora de Guadalupe”. Nuestra Señora de los descartados, la Virgen antiimperialista.