Un Papa emigrante y de frontera
Los ricos se protegen. Ante la riada de la emigración latinoamericana, Estados Unidos ha levantado el mayor y más tenebroso muro de la historia. La valla fronteriza entre México y EEUU, rompeolas de las esperanzas truncadas de los descamisados latinoamericanos. Enorme, fea, electrificada y que se ha cobrado ya miles de vidas.
El Papa de las periferias ha querido terminar su periplo mexicano en la frontera por antonomasia y compartir su último día en México con los heridos de la raya: los obreros de las maquilas, los emigrantes que sueñan con cruzar al otro lado, los presos de la cárcel de Ciudad Juárez y las mujeres de esta ciudad símbolo del feminicidio, carne de cañón de los clanes de la droga y de la trata. Un Papa en al cueva de Satanás, en la Lampedusa del desierto.
Llegó Francisco con la diplomacia de la misericordia bajo el brazo. Aquella según la cual nada ni nadie está perdido para siempre. La que anuncia que siempre hay salida. Que quedan rayos de esperanza. Incluso para los reos del Centro de Reinserción Social número 3, dominada por el culto a la "Santa Muerte".
Pero incluso aquí, con la llegada del Papa, sale el sol de la esperanza. Simbolizado en el campanario, de blanco inmaculado, erigido por los presos y que, desde ahora, competirá con la torre de vigilancia. Y en el báculo de madera de cedro que le fabricaron y le regalaron los presos de Chihuahua y en las lágrimas de muchos de ellos al escuchar y abrazar al Pontífice. El amor de Dios contra la locura del culto a la Santa Muerte y a las fuerzas del mal.
Rayos de esperanza compartida con los emigrantes. Con dos símbolos. La misa multitudinaria, con los fieles repartidos a ambos lados de la valla, pero sin poder darse la paz unos a otros, y la oración del Papa. Frente al río Bravo, de rodillas, en un reclinatorio, al lado de una cruz, rodeada de viejos zapatos y huaraches [sandalias], símbolos de los pasos perdidos de los desesperados en busca del sueño americano.
Desde la frontera, rodeado de zapatos perdidos en el camino (como tantas vidas humanas) el Papa denuncia los muros y las vallas. Tanto las que pone el Gobierno mexicano en el sur, en la Chiapas que ha visitado, como el norteamericano en el norte. Y lo hace con palabras, pero sobre todo con gestos, al lado de la frontera más militarizada del mundo, con el único objetivo de parar, como sea, a los pobres.
Allí, como Moisés, viendo la tierra prometida pero sin cruzar a ella, Francisco arremete contra los causantes de tanto dolor y tanta impunidad. Contra los gobiernos de turno, pero sobre todo contra el sistema que crea inequidad y desarrollismo sin rostro humano, que convierte en cada vez más ricos a unos pocos y en cada vez más pobres y miserables a muchísimos. A riadas de descartados de la ruta migratoria más peligrosa del planeta, donde la muerte se hace presente con una naturalidad que asusta. ¿Será capaz el Papa de detener esta sangría? ¿Podrá despertar las conciencias de los gestores de un sistema basado en el descarte? La fe mueve montañas.