El Papa necesita otra Iglesia para reconquistar a los jóvenes

Tiene el don especial de convertir en oro todo lo que toca. Algunos decian que la JMJ de Rio iba a ser su prueba de fuego. Pues la superó con matrícula de honor, como pude comprobar en vivo y en directo. No hay nada que se le resista a Francisco. Es un crack en todos los sentidos. Ante multitudes brasileiras centuplicadas por la repercusión mediática planetaria deja mensajes de calado y gestos que permanecerán para siempre en la retina de este país y de los católicos de todo el mundo.

Como su beso a la Virgen de Aparecida o su pequeño Fiat con la ventanillas bajada. O el paseo por la favela Rocinha o la apoteosis de Copacabana, que pasó de la playa del sexo a la de la fe.

Superada la prueba de Rio, Francisco se convierte en un líder planetario cada vez más querido, escuchado y temido. Los político y demás poderes han comprobado su capscidad de movilización de las masas. Saben que es arriesgado tenerlo enfrente.

Hacia adentro (en este momento su flanco más débil), consolida su reforma del papado y pone en marcha el cambio de modelo eclesial.

Lo que más le va a costar a Bergoglio no será la reforma de la Curia o del IOR. Esas son decisiones organizativas complicadas pero realizables. Lo realmente difícil es pasar de una Iglesia imperial a otra samaritana. Y, sin ese cambio, el Papa sabe que no podrá reconquistar a los jóvenes y, por lo tanto, la Iglesia se quedará sin futuro.

¿Que hacer para reconquistar a los jóvenes? El Papa y los expertos coinciden en que la primera medida a adoptar es conseguir que las familias vuelvan a educar en la fe a sus hijos pequeños. Al menos hasta los 10-12 años. La cadena de la transmisión de la fe, sobre todo en los países occidentales se ha roto. Madres y padres ya no educan en la fe. Sus hijos jamás los ven rezar, leer un trozo de evangelio o ir a misa. Si acaso, son las abuelas las que enseñan a sus nietos el 'Jesusito de mi vida' o 'Las cuatro esquinitas'. Pero la impronta de los abuelos no es ni de lejos como la de los padres.

Y para recuperar a los padres y que transmitan la fe a sus hijos, la Iglesia tiene que tirar por la borda y cuanto antes su rigorismo y su anacronismo. Y poner al día su moral sexual.

¿Como atraer a los jóvenes con la exigencia de que, aunque se quieran y hayan decidido tener un proyecto de vida en común, han de mantenerse vírgenes hasta el matrimonio?. Y que, después de casados no podrán utilizar ni preservativos ni píldora y, por lo tanto, no podrán mantener relaciones sexuales a no ser que estén abiertas a la procreación...

Junto a la flexibilidad en la moral sexual (que no es un dogma), Francisco quiere para la Iglesia curas cálidos, cariñosos y que sepan escuchar y acoger a los jóvenes. Curas con olor a oveja. Pero, en las últimas décadas han salido de los seminarios sacerdotes formados para ser funcionarios de lo sagrado, obsesionados con la moral y con la mera sacramentalización, que no pisan calle y escapan del compromiso.

Curas que den cacha a los jóvenes y apliquen, 50 años después, la corresponsabilidad de los laicos urgida por el Vaticano II. Desclericalizar la Iglesia. Darle a los jóvenes protagonismo real en las parroquias y formarlos en la militancia y en el compromiso político.

De lo contrario, la Iglesia seguirá teniendo algunos jóvenes encerrados en sus grupos-estufa, en sus movimientos que se retroalimentan, pero sin incidencia en la vida, sin capacidad de ser sal y levadura en la sociedad y participar en sus esperanzas y en sus retos.

Francisco quiere jóvenes indignados, felices de ser creyentes y dispuestos a mojarse socialmente y a proponer, desde los valores del Evangelio, respuestas a los desafíos actuales. Le queda tarea al Papa, si quiere despertar al elefante eclesial dormido.

José Manuel Vidal
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