Pedro y Andrés se abrazan de nuevo

Se preveían sorpresas en la visita de Francisco a Tierra Santa. Cosas concretas, ofertas reales, decisiones y tomas de postura pragmáticas y alejadas de la retórica habitual. Y las hubo en varias direcciones. Hacia afuera, el Papa se ofrece como mediador para lograr la paz de una vez por todas, a través de la solución de los “dos Estados”. En su “casa” del Vaticano, en un encuentro de oración entre los dos Presidentes israelí y palestino.

Hay tanta sed de paz en la región que, nada más lanzado el ofrecimiento, fue aceptado de inmediato por ambas partes, que se reunirán, al parecer el próximo mes de junio a la sombra de la cúpula vaticana. Pedro, el judío pescador, se convierte en mediador entre los descendientes de Isaac e Ismael, los dos medio hermanos separados por el odio fratricida incubado a lo largo de los siglos. El odio en nombre de Dios, que es el más peligroso de los odios.

Y sorpresas también hacia adentro. Puestas las bases para iniciar seriamente el proceso de paz en la región, Francisco quiere dar también pasos reales hacia la unidad de los cristianos, escándalo de la humanidad y herida dolorosa en el corazón de Cristo, que pidió encarecidamente al Padre: “Ut unum sint” (que sean uno).

Francisco quiere que la Iglesia vuelva a respirar con sus dos pulmones, el de Oriente y el de Occidente. El de Pedro y el de Andrés, los dos hermanos pecadores, separados por siglos de incomprensiones e interese bastardos, que encarnan a las dos grandes ramas del cristianismo: la Iglesia ortodoxa de Oriente y la Iglesia católica de Occidente.

Andrés y Pedro se encontraron hace 50 años, encarnados en aquel entonces por el Patriarca Atenágoras y el Papa Pablo VI. Fue el primer abrazo después de siglos de separación. Y la retirada de las excomuniones mutuas y el comienzo del ecumenismo real.

Pasaron años y llegaron las buenas palabras y las buenas intenciones, pero el ecumenismo sigue varado. Como una barca en la playa. 50 años después, Pedro y Andrés se vuelven a abrazar. Encarnados ahora por Francisco y Bartolomeo. Y no sólo se abrazan, sino que, por vez primera, van a rezar juntos en el Santo Sepulcro, ante la tumba vacía.

Y desde la tumba vacía recomienza el proceso ecuménico que, esta vez, ambos dirigentes religiosos quieren que vaya en serio. Con pasos concretos y realidades tangibles. Y, como siempre, Francisco predica con el ejemplo. Y ofrece a las demás confesiones religiosas un papado redimensionado. Una especie de primus inter pares.

Con humildad y con decisión, el Papa quiere “encontrar una forma de ejercicio del ministerio propio del Obispo de Roma que, en conformidad con su misión, se abra a una situación nueva y pueda ser, en el contexto actual, un servicio de amor y de comunión reconocido por todos”. Si, como dicen los ortodoxos, el obstáculo para la unidad es el papado en su configuración actual, Francisco está dispuesto remover esa piedra. Roma seguirá siendo roca, pero no para que tropiecen en ella los hermanos cristianos.

José Manuel Vidal
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