Predicar con el ejemplo
Doce personas que el Papa acoge personalmente, en un claro gesto evangélico de buen samaritano, que se convierte, por su propia fuerza solidaria, en una bofetada (de guante blanco pero en toda regla) al egoísmo de las autoridades europeas y a su miedo a la diversidad.
Y es que su visita, breve pero intensa, estuvo plagada de gestos de escucha, cercanía y ternura. El Evangelio de la misericordia que predica y que pone en práctica. Con dos caras. La cara del profeta indignado con los poderosos en una visita que el mismo Papa definió como "triste", para poner en los medios de comunicación y, por lo tanto, en la conciencia de la gente, "la mayor tragedia humanitaria desde la Segunda Guerra mundial". Y la cara tierna y afable del abuelo misericordioso, al que se le derrite el corazón ante tanto dolor y tanto sufrimiento. Tanta lágrima y tanto llanto desgarrado entre los prisioneros de la enorme cárcel a cielo abierto en que se ha convertido la bella isla de Lesbos. En sus campos-cárcel, los refugiados lloran y aúllan como animales. Y con sus gritos y pancartas sólo piden "freedom [libertad]". No quieren caridad, quieren Justicia y respeto a su dignidad.
Ternura en acción, consuelo en acto para estos prófugos de la injusticia y de la guerra. Los dibujos que los niños le entregan al Papa en simples hojas de cuaderno lo reflejan a la perfección. Y Francisco los recoge todos, porque sabe que son un libro abierto de ética global. La lección de los débiles.
El SOS de los inocentes, que toca el corazón de tres ancianos: Francisco, el Papa de Roma; Bartolomé, el Patriarca de Constantinopla; y Jerónimo, el arzobispo ortodoxo de Grecia. Tres líderes religiosos que representan a los dos pulmones del cristianismo: el catolicismo y la ortodoxia. Tres hombres del espíritu y tres abuelos, que se derriten con los niños y con los bebés.
En el largo saludo a los emigrantes del campo de Moria, el vivaracho patriarca Bartolomé se fijó en un bebé que estaba en brazos de su padre. Se acercó, lo cogió y se puso a lanzarlo al aire con aplomo y destreza para un hombre de su edad. Francisco lo contemplaba extasiado. Y de pronto, de abuelo a abuelo, Bartolomé se lo colocó en los brazos al Papa, que no lo lanzó al aire, sino que lo acunó. Con tanta ternura...
Como decía la Madre Teresa, acostumbrada a remecer conciencias y consolar a los miserables, "a veces sentimos que lo que hacemos es tan sólo una gota en el mar; pero el mar sería menos mar, si le faltara esa gota".
Francisco dejó en Lesbos muchas gotas de amor y de ternura. Muchas gotas de denuncia profética, porque sabe que los políticos sólo responden a la presión mediática. Y unas cuantas gotas de acogida de tres familias, con sus 12 miembros, para los que, en Roma, junto al Papa, volverá a salir el sol.
Si todos hiciésemos lo mismo...Siempre que nuestros políticos nos lo permitan. O, de lo contrario, pasemos a la acción directa: acojamos refugiados en nuestras casas. El Papa marca la ruta y da ejemplo. Todos podemos dar trigo y ser 'buenos samaritanos'.
José Manuel Vidal