Selfies: la Iglesia que se gusta

En poco más de un año, Francisco ha conseguido que la Iglesia encandile a la gente y, lo que es más difícil, se guste a sí misma. Que levante cabeza tras el Vatileaks y el chorreo de descrédito que supuso. Que se mire en el espejo de la vida y de la historia y se reconozca como una institución humano-divina. Con sus errores y pecados, pero también con sus muchas luces.

Puede presumir a Iglesia de que, en poco tiempo, pasó de ser una institución denostada, con mala imagen y sin influencia social, a referencia planetaria de autoridad moral. No hay hoy una personalidad mundial con más influencia que el Papa Francisco. ¡Es para sentirnos orgullosos!

Y eso se nota. En la cara de los católicos de a pie que presumen de Papa y de la religión que da sentido a sus vidas. Se ha terminado la época de los católicos vergonzantes. Su líder gana en popularidad a Obama y se ha convertido en la máxima autoridad moral del planeta.

Y se nota en los selfies que los políticos quieren hacerse con el Papa. Se "pegan" por verlo, por saludarlo, por ser recibidos por el Papa, por fotografiarse a su lado.

Y se nota en gran parte del alto clero. La prueba del algodón: los muchos selfies que Obispos y cardenales se hicieron en san Pedro el día de los cuatro papas. Y no por vanidad, que es el pecado preferido del demonio. Sino por orgullo. El sano orgullo del que ha recobrado su estatus social.

Todo un 'Te Deum' de selfies. Entre el latín y el griego, en medio de la tradición milenaria, la más rabiosa modernidad. Teología con memoria digital. La imagen y la comunicación instantánea como linfa vital de la era digital... También en la una Iglesia renacida y con rostro alegre, confiado y primaveral. ¡Es como para dar palmas! Pero es también la hora de subirse al carro de Roma y a la bola de nieve positiva que impulsa Francisco desde el Vaticano. Pocas veces lo hemos tenido tan fácil. Es la hora de la ilusión.

José Manuel Vidal
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