El abrazo de los dos Papas, contra la rebelión de los 'halcones' cardenalicios
Dios se supone que siempre está dispuesto a echar una mano a su "vicario" en la tierra. Y el Papa emérito, con su mera presencia en San Pedro, para asistir a la creación de los nuevos cardenales, escenifica su apoyo total al Papa reinante.
Consciente de ello, lo primero que hizo Francisco, antes de iniciar la ceremonia de creación de nuevos cardenales, fue dejar el báculo en manos de su maestro de ceremonias, acercarse al Papa emérito y fundirse con él en un cálido y largo abrazo, seguido de un apretón de manos reiterado.
No es la primera vez que el Papa anciano y sabio brinda su sostén físico y espiritual a Francisco. Pero esta vez su presencia al lado de Bergoglio es más necesaria que nunca y, por ende, más significativa.
Cuando las críticas contra Francisco arrecian y ya no se esconden. Cuando un cardenal como el norteamericano Raymond Burke declara que está dispuesto a "resistir" al Papa, si sigue con sus reformas, la presencia del Papa Ratzinger es todo un espaldarazo a su sucesor. Sin decir una palabra, Benedicto proclama un axioma eclesial: "Nada sin Pedro". Y Pedro hoy es Francisco.
Cuando la oposición a la reforma en marcha de la Curia es más feroz que nunca, porque desmonta cordadas, destroza lobbys y trunca el carrerismo y las apetencias de poder de un gran número de eclesiásticos curiales, Francisco necesita a su lado la sombra protectora de Benedicto. Porque el Papa emérito sufrió en sus propias carnes las dentelladas de un aparato vaticano al que, en varias ocasiones, trató de "manada de lobos" y amonestó con esta durísima frase de San Pablo: "Si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente".
Un abrazo público que sella un pacto implícito: Francisco está terminando la limpieza de la Curia y Benedicto le presta toda su ayuda moral, para que sea capaz de llevar a buen término lo que él ni siquiera pudo comenzar. Quiere dejar claro a los ojos del mundo y, sobre todo, de la propia Iglesia que la primavera de Francisco es justa y necesaria.
Un guiño de Benedicto especialmente dirigido al ala conservadora del colegio cardenalicio, liderada por Raymond Burke y Gerhard L. Müller, el prefecto de Doctrina de la Fe, y a la que se están sumando cada vez más purpurados. Son todos del sector conservador y ya no se ocultan para decir que no comulgan con la forma de ser, de gobernar y de hablar del Papa.
La campaña abierta contra Francisco está llegando ya al punto de no retorno. Y es que el núcleo duro de este sector se está planteando ya no sólo la pública disidencia, sino la desobediencia. Que un cardenal desobedezca al Papa es un pecado, porque atenta contra el juramento de fidelidad al sucesor de Pedro "hasta derramar la sangre" por él, que realizan antes de recibir el capelo. Por mucho que la rebelión cardenalicia se trate de justificar diciendo que ni el Papa está por encima de la ley canónica.
La verdad de los disidentes la acaba de retratar el cardenal de Washington, Donald Wüerl: "El hilo común que unifica a todos los disidentes es que están en contra del Papa, porque el Papa no está de acuerdo con ellos y no sigue sus posiciones". Son los papistas con condiciones.
Francisco, sumamente consciente de esta rebelión conservadora cardenalicia, se está apresurando a formar "equipo", es decir añadir al colegio cardenalicio eclesiásticos moderados, procedentes de las periferias y que comulgan, por pensamiento y vida, con su objetivo prioritario: convertir a la Iglesia-aduana en Iglesia-hospital-de-campaña.
El Papa hace equipo
Por eso, entre los 20 nuevos cardenales, sólo hay uno curial. Se trata de quitar poder a la Curia de todas las formas posibles. Y todos los demás son cardenales de las periferias. De esos que ni se les pasaba por la cabeza que pudiesen ser elegidos para el colegio más exclusivo del mundo. Los dos españoles, son ejemplos paradigmáticos.
Ya de salida por su edad, a Ricardo Blázquez le costó dejar Bilbao y convertirse en arzobispo en la era dominada por el entonces todopoderoso cardenal Rouco Varela. Y eso que Don Ricardo nunca fue un obispo montaraz ni doctrinalmente inseguro. Eso sí, siempre entendió su ministerio en clave de servicio y no de poder. Por eso, sus compañeros lo eligieron presidente del episcopado, para frenar el excesivo poder del entonces cardenal de Madrid, y lo han vuelto a elegir ahora. Y, desde Roma, ya en tiempos de Benedicto se reconoció su templanza y su equilibrio, premiándolo con el tranquilo arzobispado de Valladolid. Un sede periférica a nivel cardenalicio.
El otro cardenal español, nacido en Navarra pero nacionalizado panameño desde hace más de 40 años, es Justo Lacunza. El religioso agustino recoleto es obispo de una pequeña diócesis de periferia de un país periférico como Panamá. Pero, desde siempre, fue un prelado nada principesco, entregado a su pueblo y, sobre todo, a los más pobres.
En esta misma línea de prelados-servidores se inscriben todos los demás nombramientos. Obispos sencillos y humildes de países de la periferia, como Cabo Verde o las islas Tonga, entre otros. Todos van en la misma línea del Papa y se han subido a su carro reformador con ilusión y esperanza.
Son, por ahora, 20 nuevos cardenales, que, sumados a los "franciscanos" ya existentes, conforman una mayoría cualificada del colegio cardenalicio. Y pronto serán más. Francisco sabe que su pontificado será breve, por razones de edad y de presión psicológica a la que está siendo sometido por querer cambiar las cosas eclesiales en profundidad. Se especula con que podría renunciar al cumplir los 80 años, es decir dentro de dos, y retirarse a Buenos Aires.
Pero lo haría con la reforma encauzada. Porque la Iglesia no da bandazos y, una vez iniciada una tendencia (en este caso, hacia una mayor radicalidad evangélica) suele continuar ese camino durante algún tiempo.
Para apuntalar el timón eclesial en la dirección iniciada, Francisco pretende aumentar el número de los miembros del colegio cardenalicio, pasando de los 120 actuales a 140. Con ese cambio, por ahora en estudio, el Papa podría nombrar el año próximo otros 20 cardenales de su cuerda, que, con los 20 de hoy, más los que lo eligieron Papa para que hiciese precisamente lo que está haciendo, conformarían una amplia mayoría en el colegio cardenalicio y en la Curia. Y las reformas no correrían peligro de involución. Y la rebelión de los "halcones" se quedaría en agua de borrajas. Porque nadie puede parar la primavera en primavera. Sobre todo, si es obra del Espíritu Santo.
José Manuel Vidal