100 días de ilusión

Llevamos cien días disfrutando de la ilusión que encarna el Papa Francisco. Ilusión que se palpa y se nota entre los fieles de todas las edades y condiciones. Ilusión compartida no sólo entre los fieles sino también entre el resto de la población. Incluso los más indiferentes o alejados de la Iglesia miran con benevolencia esta nueva etapa que se ha abierto en el Vaticano. Y no digamos la opinión publicada, que sigue deshaciéndose en elogios al nuevo Papa.

En cien dias, Francisco se ha ganado al mundo. Principalmente por su bondad, por su humildad y por su humanidad. El Papa seduce y transmite bonhomía. Como un nuevo Juan XXIII. Le basta con sonreír y su cara es el reflejo de su alma. Transmite tanta humildad que se hace querer sin esfuerzo. Y cuanto más alto es el personaje que se humilla más lo agradece la gente. Dicen algunos, en broma, que es "demasiado humilde para ser argentino". Y rezuma humanidad. Estamos viendo un Papa humano sin dejar de ser espiritual. Se muestra tal cual es. Sin falsas distancias. Con sus gestos, sus ademanes y sus expresiones comunica que es un hombre, por muy Papa que sea también. Un hermano más.

Bondad, humildad y humanidad que las transmite con naturalidad, con espontaneidad, sin necesidad de posar, de fingir, de actuar. Le salen del hondón del alma. Se muestra tal cual es, sin trampa ni cartón. Hasta con sus defectos y con su peculiar sentido del humor. Al séquito venezolano de Maduro, por ejemplo, les dijo: "Recen por mí, pero a favor, ¿eh?".

Es tanta la ilusión y las espectativas creadas que algunos creen que, tarde o temprano, nos va a defraudar. No lo creo. Y, aunque así fuese, que nos quiten lo bailado y disfrutado. Eso sí, ojalá nos dure un poco más lo bailado. En cualquier caso, el efecto Bergoglio es ya visible y evidente. Y empieza a calar entre los propios obispos.

Ha vuelto a estar de moda, entre ellos, el hablar de compromiso y de pobres y de salir a las fronteras de la vida y de tener entrañas de misericordia y de ser una Iglesia samaritana, dialogante, y de repartir la ternura y la caricia de Dios...Y de ser austeros y de vivir sencillamente y dar ejemplo de humildad...Y tanta sotras cosas que, hasta hace poco tiempo, ponían a los que las decían en el disparadero y en el tiro al blando de los "tirapiedras"...que se han quedado con las piedras en las manos.

En estos cien días ya le cambió la cara al Vaticano y a la Iglesia, en general. Ha roto la dinámica del miedo y del control. No quiere "hipócritas de la casuística". Prefiere curas, frailes, monjas, teólogos y hasta (o sobre todo)obispos que "pidan perdón antes de pedir permiso". Que se equivoquen, pero que trabajen en la viña del Señor. Que salgan a las periferias, que se entreguen por los pobres. Toda una revolución. Tranquila, pero revolución de fondo. Y en cien días.

Pronto irán llegando las concreciones de ese cambio tranquilo. Como buen jesuita, no quiso entrar como elefante en cacharrería: llegó, escuchó, examinó y, pronto, comenzará a tomar decisiones concretas y tangibles. Que, sin duda, serán importantes. Aunque, a mi juicio, lo más importante es el cambio de ciclo, de tendencia, de rumbo...

José Manuel Vidal
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