El discípulo que sucedió al maestro
Al lado de Rouco, Blázquez fue creciendo como obispo y, a los cuatro años de su consagración episcopal, comenzó a volar sólo. Rouco dio su placet para que Roma lo nombrase obispo de Palencia en 1992. Con una difícil papeleta por delante: sustituir nada menos que al carismático Nicolás Castellanos, el primer obispo español que, junto a monseñor Buxarrais, dejaba la mitra y el báculo para marchar de misionero a Bolivia.
Inteligente, sencillo, cercano, bien preparado (es uno de los mejores teólogos del episcopado), Blázquez se ganó poco a poco a los palentinos y, a los cinco años, Roma, de nuevo con el beneplácito de Rouco, le encarga otra “papeleta” más complicada todavía: la diócesis de Bilbao.
Su nombramiento levantó ampollas entre los nacionalistas. Arzallus le designó despectivamente como “el tal Blázquez”. Y Anasagasti dijo que “loro viejo no aprende a hablar”, en referencia a su incapacidad para aprender el esukera, idioma de sus nuevas ovejas. Pero Blázquez no sólo aprendió el euskera, sino que, además, se metió, en poco tiempo, a la diócesis de Bilbao en el bolsillo y se ganó el corazón de los fieles y de los curas, con su actitud prudente, humilde, dialogante, sencilla, sincera y cercana.
Y sin imposiciones. Roma quería que Blázquez metiese en cintura a la “demasiado democrática” diócesis vasca, perfectamente estructurada y con un funcionamiento muy colegial. Y que levantase el seminario. El seminario sigue estando bajo mínimos, pero Blázquez, para hacerse con su nueva diócesis, echó mano de un consejo de su maestro Rouco: “El obispo tiene que arar con los bueyes que tiene”. Es decir, pobre del obispo que no gobierne apoyándose en sus curas. Y el consejo le dio resultado. Tanto que, hasta para los nacionalistas, el tal Blázquez pasó a ser nuestro Blazkez. Y eso sin ceder en lo esencial.
En 2005, un grupo significativo de obispos quiso impedir que el cardenal Rouco consiguiese un tercer mandato consecutivo al frente del episcopado y pensó en el obispo de Bilbao para cerrarle el camino. Y consiguió derrotar a su maestro por un sólo voto. En una operación que el sector más conservador del episcopado consideró una “afrenta” al poder púrpura. Y no lo tuvo nada fácil. En una institución tan jerarquizada como la Iglesia, un simple obispo no puede mandar a un cardenal. Es como si un sargento se empeñase en que se le cuadrase un general. Pero, a su favor, jugaron tres cosas: el apoyo de sus compañeros obispos, su forma de ser y la experiencia en la cúpula episcopal.
Durante ese primer mandato consiguió tres años logros significativos. Un nuevo acuerdo de financiación, muy favorable para la Iglesia, la regulación del estatus jurídico de los profesores de Religión y, sobre todo, trató de tender puentes con el Gobierno de Zapatero. A pesar de sus logros, al final del trienio se jugó la reelección a cara o cruz. Y la perdió. Rouco se empleó a fondo y volvió a la presidencia. Era la primera vez en la historia que un presidente del episcopado no conseguía un segundo mandato. Un “feo” personal y colectivo. Una afrenta a n hombre bueno y capaz, que dice la verdad con amabilidad.
Prudente y bueno, nunca dijo nada. Y el premio a su docilidad le llegó de Roma con el nombramiento de arzobispo de Valladolid en 2010. Supo esperar con paciencia su momento. Y los obispos le han compensado y le han resarcido moralmente. Ahora, sin la sombra de Rouco (que está de salida) podrá tener un mayor margen de maniobra y explotar todas sus potencialidades como presidente del episcopado.
Abulense de 72 años, a monseñor Blázquez le retrata perfectamente el viejo adagio latino “suaviter in modo, fortiter in re” (suave en la forma, decidido en el fondo). Tímido y tolerante en lo accidental, pero intransigente en lo esencial. Cuenta con una buena obra teológica a sus espaldas (durante mucho tiempo se le llamó “el teólogo de los Kikos”, porque este movimiento neoconservador se basó en sus estudios para sedimentar teológicamente su largo proceso catequético) y con el aura del prelado que no busca el poder ni el escalafón. Y eso, en la Iglesia, es una virtud muy preciada.
Dotes no le faltan, pues, para asumir de nuevo con garantías la tercera y más complicada papeleta de su vida episcopal: dirigir el episcopado español. Y por si fuese poco, su profunda espiritualidad y mística le lleva a ponerse siempre en manos de Dios. Como confesaba en rueda de prensa, cuando le eligieron presidente por vez primera le vinieron a le mente los versos de la Santa de Ávila: “Nada te turbe, nada te espante, solo Dios basta”. Castellano viejo, como la Santa, no utiliza teléfono móvil y sigue escribiendo en su vieja Olivetti, pero está a la última en teología y en pastoral.
José Manuel Vidal