Los electores 116 y 117
Los católicos creen a fondo en la presencia siempre actuante del Espíritu de Dios. Él es, por lo tanto, para la Iglesia y para los cardenales del Cónclave, el auténtico protagonista en la elección del sucesor de Benedicto XVI. De ahí que, antes del 'extra omnes', los cardenales hayan entonado con profunda devoción el 'Veni Creator Spiritus', la súplica para que los ilumine.
Los teólogos suelen definir a la Iglesia como "una realidad humano-divina o divino-humana". Por el lado humano, necesita las mediaciones de los cardenales. Por el divino, está animada por el Espíritu del señor, la tercera persona de la Santísima Trinidad, quizás la más desconocida para los propios católicos. Simbolizada por una paloma. La paloma de la inspiración divina.
Al Espíritu Santo se le llama 'ruah' con una palabra hebrea o 'pneuma' con un término griego. En ambos casos, significa el 'viento' o el 'soplo' de Dios, que los cardenales esperan que se manifieste en el Cónclave, para que guíe sus votaciones.
"El Espíritu Santo ya ha elegido. Nosotros tenemos que rezar para saber quién es", decía, hace unos días, el cardenal de Viena, Christoph Schönborn. Eso sí, todos los purpurados electores saben, asimismo, que, para manifestarse, el Espíritu del señor necesita "mediaciones humanas". Es decir, el Cónclave es misterio e intrigas, servicio y poder, oración y cabildeos. Un mix de gracia y pecado, de gloria e infierno. Una amalgama de lo divino y lo humano.
Para evitar el lado más pecador y conectar con el espiritual, el Cónclave se celebra en un clima de oración y de recogimiento espiritual. Se trata de disponer los ojos y los oídos del alma, para ver y escuchar al viento del Espíritu, que sopla cuando y como quiere.