La gloria de los dos Papas santos, según Francisco

Apenas se conocieron en vida. Juan XXIII sólo saludó una vez al entonces monseñor Wojtyla en 1962, cuando se lo presentó el primado de Polonia, cardenal Wizinsky, al comienzo de una de la primera sesión del Concilio. Pero compartieron juntos la gloria de los altares de manos de uno de sus sucesores, el Papa Francisco.

Por expresa voluntad de Bergoglio, dos de los iconos del siglo XX llegaron unidos a la santidad. Y en su homilía, Francisco quiso dejar claras las claves de esta decisión, alabada por unos y criticada por otros. A su juicio, se trata de dos Papas diferentes y, al mismo tiempo, semejantes. Unidos por la diferencia. Unidos por el hilo conductor del Concilio Vaticano II y de la misericordia. Un acontecimiento que cambió el rostro de la Iglesia y una virtud que la moldea al ejemplo de Jesús.

Ésas son las dos claves de la continuidad discontínua entre ambos Papas ya santos. La primera, el Concilio que modernizó a la Iglesia católica y la hizo pasar de Trento a la modernidad. El Concilio que fue la gran corazonada del anciano y humilde Juan XXIII, que en eso, como en toda su vida, se dejó conducir por el Espíritu Santo. De ahí que Francisco lo calificase de “Papa dócil”.

El Vaticano II, que él puso en marcha y continuó Pablo VI, lo aplicó San Juan Pablo II y le dio carta de naturaleza en toda la Iglesia. Frenando sus excesos, según unos. Congelándolo literalmente, según otros. El caso es que, según Francisco, ambos son Papas de Concilio, que es el cordón umbilical que los une entre sí y al pueblo de Dios.

Y el otro rasgo que vincula a los dos Papas santos entre sí y con Francisco es la insistencia y la predilección de los tres por la misericordia de Dios. Juan XXIII pasó a la historia como el Papa Bueno y siempre misericordioso. El primero que subrayó esta virtud hasta convertirla en santo y seña de su corto pontificado.

Juan Pablo II no le fue a la zaga y quiso dedicar a la misericordia divina precisamente este domingo, el domingo de la octava de Pascua en el que ambos Papas fueron canonizados.

Esta virtud ha vuelto al frontispicio de la Iglesia de la mano de Francisco. Desde que llegó al solio pontificio no cesa de repetir que el Dios de Jesús es el Dios de la ternura y de la misericordia. Tanta que Él siempre perdona y siempre espera al pecador. Por eso hoy quiso proclamarlo de nuevo solemnemente en la canonización de sus dos predecesores: “Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama”.

Y por eso, con el ejemplo de los dos canonizados, Francisco quiere que la Iglesia pase de la obsesión por la doctrina a la ternura del Evangelio. Deje de ser “aduana” para convertirse en “hospital de campaña”. Y abra siempre sus “brazos misericordiosos” a todos los olvidados del mundo, que son los preferidos del Dios de la misericordia, del Cristo que murió en la cruz con los brazos abiertos para acoger a todos. Como dice la Biblia: “Misericordia quiero, que no sacrificios”.

José Manuel Vidal
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