En memoria del "maestro" Manuel de Unicti

No tuve la suerte de formar parte de sus "chicos", aspirantes a periodistas, de la residencia Azorín. Conocí a Manuel de Unciti en los años 80. Yo estudiaba periodismo en la Complutense y él formaba parte de las "vacas sagradas" de la información religiosa de aquella época. Unos años después, pude disfrutar de su compañía en aquellas brillantes ruedas de prensa de la Conferencia episcopal, con colegas como Unciti, Martín Descalzo o Javierre.

Manuel fue siempre fiel a sus dos amores: el sacerdocio y el periodismo. Y supo casarlos como nadie en su vida diaria y en su vida profesional. Tanto como responsable de las páginas religiosas del diario Ya como cuando dirigía y relanzaba las revistas de Obras Misionales pontificias. Nunca renunció a sus independencia y a la sana crítica hacia una institución a la que siempre amó por encima de todo.

Escribía con libertad absoluta, tanto en los medios de Iglesia como en los laicos. Sin morderse nunca la lengua. Consciente de que una de las funciones principales de los informadores religiosos es ser críticos con el poder, especialmente con el poder eclesiástico.

Pagó un alto precio por su libertad y su independencia. Trabajó duro y bien en obras Misionales Pontificias, a las que relanzó y convirtió en una plataforma de referencia pastoral-misionera en España y en el mundo, de la mano de los misioneros españoles.

Fue santo y seña de la institución misionera española hasta que en Roma (y, sorbe todo, en España) empezaron a cambiar los vientos. En Roma, Juan Pablo II viraba el timón de la Iglesia hacia la restauración y, en España, se terminaba aceleradamente la etapa abierta y dialogante del cardenal Tarancón, para dar comienzo a la involucionista del cardenal Suquía.

El viraje en España se llevó por delante a figuras tan destacadas como Juan de Dios Martín Velasco (que dejó de ser rector del Seminario de Madrid) o Manuel de Unciti, que tuvo que dejar las obras Misionales, donde había trabajado durante 35 años como Secretario Nacional. Y, sin él al frente, aquella casa fue cayendo en picado...

Y lo mismo le pasó en la cadena Cope, donde era tertuliano, hasta que también allí le silenciaron. Era demasiado libre y demasiado honesto para la radio de los obispos.

Sin su plataforma de siempre y con dificultades económicas en su residencia de periodistas, Unciti siguió proclamando su opinión en los medios laicos, como El País, El Correo o las revistas Vida Nueva y 21rs.

Y escribiendo libros, para explicar la fe a los jóvenes. Como el delicioso 'Teología en vaqueros', un auténtico curso para chavales de hoy, con explicaciones fieles a lo esencial de la doctrina, pero adaptadas a los tiempos actuales.

Una de las estrategias más dolorosas (pero sumamente eficaces) que aplican los "trepas" y los "talibanes" de la Iglesia en España es el ninguneo, la marginación absoluta, el ostracismo total a los que consideran que no son de los suyos y a los que estigmatizan con epítetos como 'herejes o disidentes'. Una estrategia que sufrió en sus propias carnes Manuel de Unciti, cuyo nombre desapareció de medios de comunicación, cursos, seminarios o conferencias organizadas por la jerarquía eclesiástica española.

Le hicieron el vacío, pero no consiguieron silenciar la voz del cantor, del profeta, del periodista amigo de la verdad, del cura enamorado de esta profesión. Conocí a muchos curas-periodistas, pero sin duda, a mi juicio, el que mejor encarnó estas dos vocaciones fue Manuel de Unciti.

Y ahí permanecerán sus artículos y sus obras. Y su vida ejemplar. Siempre recordaré su entrega apasionada, su voz ronca y desgarradas y su eterna sonrisa. Transmitía energía vital. Desasosegaba con sus ideas, siempre iba por delante. Nunca tuvo miedo a la verdad. Pero sabía decir su verdad con dulzura.

El papado de Francisco le debe mucho a gente como Unciti. Porque supieron permanecer fieles a una Iglesia abierta, dialogante, samaritana, de y para los pobres, cuando eso no se llevaba, cuando estaba mal visto, cuando se pagaba cara la osadía de salirse de lo eclesialmente correcto, cuando no se perdonaba el atentar contra el modelo único eclesiástico.

La actual primavera de Francisco ha sido posible gracias a Unicti y a gente como él. El Papa Bergoglio (y en su nombre la jerarquía eclesiástica española) deberían reconocerlo públicamente.

José Manuel Vidal
Volver arriba