La nueva cara amable de la Iglesia católica
Hasta ahora, a los secretarios de la CEE se les elegía pensando sobre todo en sus dotes de gestión ad intra. La era de la comunicación exige a los prelados un cambio evidente de prioridades. Desde ahora, prima la portavocía sobre la gestión. Para remontar en las encuestas y aprovechar el efecto Francisco, la Iglesia católica española necesitaba una nueva voz y una nueva cara. Un rostro amable, para presentar a una institución más madre y menos madrastra, y focalizar su mensajes no tanto en la doctrina cuando en el Evangelio. Primero, el Evangelio y, después, la doctrina. Más zanahoria que palo. Más sonrisa que vinagre. Proponer con humidad sin imponer.
Para eso, los obispos buscaron (y encontraron, a las primeras de cambio) a un portavoz franciscano. En las formas y en el fondo. Un párroco (y canónigo), periodista (de la escuela de monseñor Montero), con muchas tablas mediáticas, con dotes de diálogo, con espiritualidad de la Obra y amigo de las vacas sagradas de la comunicación vaticana, Federico Lombardi y Giovanni Maria Vian.
Párroco de la diócesis de Mérida-Badajoz
Empezó de párroco, en su diócesis de Mérida-Badajoz, pero de la mano del también periodista y gran maestro de informadores eclesiásticos, monseñor Antonio Montero, pasó, desde muy joven a ocuparse de los medios de comunicación. Primero, en su diócesis. Después, en Añastro, sede de la CEE, como director de la Comisión episcopal de Medios de Comunicación.
En Madrid hizo de todo en el ámbito de los medios de comunicación eclesiales y civiles. Desde comentar los grandes eventos en las televisiones hasta dirigir los programas religiosos de TVE y RNE, pasando por la puesta en marcha de la ya periclitada Popular TV de la Iglesia.
Desde Madrid y de la mano de su amigo Giovanni Maria Vian, director de L'Osservatore romano, comenzó a publicar columnas en el periódico del Papa, al tiempo que era nombrado consultor del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales del Vaticano.
Cuidaba de su madre
En el cargo de fontanero de la comunicación de Añastro estuvo 13 años nada menos. Lo dejó para irse a cuidar a su madre anciana y porque parecía que su horizonte en el escalafón eclesiástico se cerraba. En su diócesis volvió a ser párroco de San Juan Bautista y canónigo de la catedral. Y a la sede de la CEE regresó como jefe de la sala de máquinas y con olor inminente a mitra.
El último impulso que necesitaba para volver por la puerta grande le llegó del Vaticano. Y es que de Roma viene lo que a Roma va. José María Gil nunca dejó de cultivar su presencia vaticana. De tal forma que, tras la renuncia de Benedicto XVI y la convocatoria del cónclave, el portavoz del Vaticano necesitaba un periodista para dirigirse a los profesionales de lengua española. Y pensó en el padre Gil Tamayo.
Un experto comunicador
Allí, al lado de Federico Lombardi y Rosicca (el portavoz para la lengua inglesa), Gil Tamayo se consagró a nivel mundial como un experto comunicador. Esa aura le valió muchos de los votos que cosechó para ser elegido sucesor de Martínez Camino. Otros muchos le llegaron por pertenecer al sector moderado y porque Rouco, que quiere jugar sus bazas hasta el final, presentó a uno de sus auxiliares (César Franco), que se llevó sólo los 12 votos de los más conservadores y escenificó a las claras la pérdida de poder del todavía arzobispo de Madrid. Sic transit.
Periodista de ida y vuelta, Gil Tamayo tendrá que ejercer también de secretario general, como es lógico. Llega a una Casa de la Iglesia dividida y con serios problemas internos. Sus dotes de hombre afable, dialogante, sencillo y cercano sin duda le valdrán para poner aceite en las heridas que deja abiertas su predecesor e iniciar una nueva etapa de mayor comunión.
En Añastro van a pasar de un secretario-estrella como Camino, que controlaba, aglutinaba y decidía todo (siempre en sintonía con el hasta ahora todopoderoso presidente del episcopado, cardenal Rouco Varela) a un secretario menos personalista y más colegial y democrático. Un coordinador para ejecutar los acuerdos de la Plenaria, sin imponerle su impronta. Un transmisor de las decisiones de los obispos, que vuelva a convertir la Casa de la Iglesia en una taller de iniciativas pastorales dentro de la diversidad que exige la comunión eclesial auténtica.
Cintura y flexibilidad
Un aglutinador de voluntades no para impulsar su modelo pastoral, sino para armonizar los ajenos. Con cintura y flexibilidad. Tanto para buscar los consensos episcopales como para tratar a los medios y a sus profesionales.
José María Gil Tamayo sabe, por experiencia, que la Iglesia necesita a los medios como instrumentos necesarios para hacer llegar sus mensajes a la sociedad. De ahí que quepa esperar de él transparencia absoluta (como pide el Papa), diálogo continuo y hasta cercanía cordial con los profesionales de la información religiosa, que tenemos que dejar de ser vistos como enemigos en Añastro, para pasar a ser cooperadores necesarios. Nuevo ciclo, nueva cara, esperanza renovada. La primavera de Francisco llega, con cierto retraso, a Madrid.
José Manuel Vidal