El papa de la sonrisa
Hasta la llegada de la nueva espiritualidad del santo italiano, el catolicismo se había construido en contraposición a la sonrisa. Porque la regla benedictina impedía sonreír. La risa era considerada enemiga de Dios.
San Francisco cambia esa dinámica espiritual e invita a sus frailes y a la gente a sentirse felices por ser criaturas de Dios y, por lo tanto, a sonreír.
Francisco conecta profundamente con esta corriente espiritual del santo del que tomó el nombre. Y sonríe y ríe a mandíbula batiente. Y no se esconde mojigatamente para soltar una buena carcajada. Tiene una forma alegre de ver el mundo. Es positivo y ve lo positivo y subraya lo positivo.
El Papa normal que sonríe y ríe como cualquier mortal. Y deja que su sonrisa sea evidente para la gente. En cambio, esconde su dolor y sus lágrimas. Nunca nadie le ha visto llorar en público, aunque sí se le han visto los ojos humedecidos ante las heridas sufrientes de tantos enfermos, parados o descartados.
Esconde sus lágrimas y su dolor, pero muestra claramente su alegría y su sonrisa. Y su sentido del humor, que le permite contar chistes u ocurrencias y sucedidos.
Para contagiar esperanza en medio de tantas sombras. Y, quizás, porque sabe que un santo triste es un triste santo. Y, porque, Francisco siempre predica con el ejemplo. Y si dice a los demás que Dios es un Padre misericordioso que nos quiere y nos perdona siempre, y nos quiere ver felices, no puede decirlo con cara adusta.
Y, por eso, dice, con su gracejo habitual, que "los cristianos no pueden ser pepinillos en vinagre". Alegres, sonrientes y felices los quiere Dios.
José Manuel Vidal