Dos propuestas para el cardenal Rouco
Rouco no puede ni quiere cambiar de chaqueta. Una coherencia que le honra, aunque añade un episodio más a su imagen pública de eclesiástico aferrado al poder. (Auctoritas, para sus pocos amigos).
Para romper esa imagen, me atrevo a proponerle dos cosas. De paisano a paisano. Tenía pensado proponerle tres, pero después de una larga conversación con uno de sus más fieles (quizás el único fiel de verdad que le queda)colaboradores, las dejo en dos.
Le propongo dos gestos, que tendrían, a mi juicio una gran repercusión eclesial y civil.
El primero renunciar ya a sus cargos de arzobispo de Madrid y de presidente de la CEE. Sin esperar a que termine el plazo. Total, como presidente de la Conferencia le quedan, como mucho tres meses. Y, como arzobispo, como mucho ocho o 9 ¡Que lección nos daría a todos, si presenta ahora su renuncia y deja las manos libres al Papa para que con el nombramiento de su sucesor escenifique un nuevo ciclo en la iglesia española!
Y ya el colmo de su rehabilitación consistiría no solo en renunciar sino en decidir y anunciar que, dado que su salud es buena, se va a ir a Malawi, a la misión donde está su sobrina monja. Por un par de años, al menos. Como un simple misionero. Nos iba dejara todos con un palmo de narices. Sería su última lección.
El otro gesto que le recomiendo es que anuncie que, antes de irse, va a pedir a sus párrocos que abran todos los comedores sociales que puedan. Uno por arciprestazgo, cuando menos. Sólo la iglesia tiene la infraestructura y los voluntarios necesarios para dar de comer a los muchos madrileños que pasan hambre real y literalmente. Sólo Rouco puede empeñar todo su ascendiente para lanzar esta última cruzada. Esta vez, caritativa. Sólo así permanecería su memoria en el corazón de los pobres ("la carne de Cristo", que dice el Papa). Esos pobres a los que entrega parte de su sueldo o esos enfermos del Sida, con los que pasa la Navidad, sin que casi nadie lo sepa.
Anímese, señor cardenal. En el poco tiempo que le queda todavía puede hacer mucho. Por el bien de los que no tienen un pedazo de pan para llevar a la mesa de sus hijos. Y, de paso, por la imagen pública de la Iglesia. Y, ya puestos, por la suya propia. ¡Déjese llevar por los impulsos del Espíritu, que sopla donde y como quiere! Anímese, rompa moldes, por una vez. Aparque el derecho canónico y recuerde al Tucho que soñaba, en su nativa Vilalba, con ser un cura como Don Baldomero.
José Manuel vidal