¿Qué queda de la simbología del mal llamado "purgatorio"?

Estos días, de tradicional recuerdo de los difuntos, el teólogo jesuita Juan Masiá publicaba un artículo en el que decía que orar recordando a los seres queridos (más que para su sufragio, en su compañía y bajo su amparo) es tradición antigua en la Iglesia y sólo desde el siglo cuarto se menciona un «purgatorio».

Por ello rogaba que no se empeñe «la piromanía devota» en avivar fuegos de purgatorios. «Nada de fuego, ni de sala de espera; nada de purgar, expiar o pagar penas para satisfacer; nada de comprar indulgencias como quien paga multas de tráfico...».

¿Qué queda entonces de la simbología del mal llamado «Purgatorio»? Pues que, en vez de purificarnos para contemplar el Misterio, es su vista la que nos purifica: «Se manifestará lo que somos... Veremos cara a cara... Esa vista nos purifica» (1.ª Carta de San Juan 3, 1-3).

Me siento cercano a Juan Masiá y proclamo que nuestro Dios Padre quiere que todos los hombres se salven y aquellas palabras consoladoras de Jesús: «Yo para eso he venido, para no perder a ninguno de los que se me dio».

José María Bardales, sacerdote (La Nueva España)
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