El sacramento olvidado

Le llaman el sacramento olvidado. La confesión está de capa caída y en la uvi. Y va a resultar muy complicada su reanimación. Habrá que buscar nuevas formas. Hay varias generaciones "quemadas" con este sacramento por culpa de moralismos agobiantes que, en vez de liberar conciencias, añadían cargas pesadas. Generaciones que ya no volverán a la confesión auricular y, quizás tampoco, a la general. Entre otras cosas, porque cada vez es menos habitual. Y no digamos, con absolución colectiva, que se ha convertido en un pecado en sí misma. Y la gente, cada vez con menos tiempo, y los curas, cada vez con más trabajo y menos tiempo, se ven obligados a prescindir de esa forma de confesión. Quizás la única posible, en estos tiempos que nos ha tocado vivir. Y, en aras de lo mejor, se impide lo posible.

Porque está claro que la confesión tiene una importante fución que cumplir. Tanto la confesión estrictamente dicha, administrada con absoluta misericordia y no con reproches ni malas caras, como el acompañamiento espiritual y humano. Algo que los curas han abandonado también. Precisamente en una época en la que la gente quiere y necesita hablar. Necesita que alguien escuche sus penas y alegrías. Necesita orientación, discernimiento, ánimo, apoyo, criterios, ayuda...

Mi amigo Antonio Aradillas cuenta la siguiente anécdota:

Un sacerdote se encuentra con un amigo psicólogo y le pregunta:

-¿Qué tal te va?

-Muy bien, sobre todo desde que vosotros os retirásteis de los confesonarios.

-¿Y eso?

-Porque no lo hacíais tan mal como pensábamos, no cobrábais y, encima, lo hacíais en nombre de Dios.


José Manuel Vidal
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