La semana decisiva del Papa reformista y mendicante
La denuncia demoledora del papa de que la Iglesia quiere (y no puede ni debe) suplantar a Cristo se plasma en su estilo de ejercer el papado durante estos 7 meses escasos. Ha convertido el Vaticano en una parroquia y se ha convertido a sí mismo en el Papa-párroco de Roma y del mundo. Ese cambio, unido a su forma elegante de ponerse la sotana de la pobreza y de la austeridad ha abierto el horizonte a la esperanza de una institución que había tocado fondo con los escándalos de la pederastia y de las luchas de poder (Vatileaks) en el Vaticano.
Con su reunión con el G8, el Papa pone en marcha la colegialidad, vivida en Roma, empezando por el propio Papa, y que tendrá que ir calando en toda la Iglesia. Son las dos asignaturas pendientes del concilio: colegialidad (o sinodalidad, como dice Francisco) y corresponsabilidad. Colegialidad en el ejercicio del servicio eclesial (que no poder). Volverán por sus fueros las hasta ahora desactivadas conferencias episcopales. Volverán los consejos presbiterales y parroquiales. Volveremos a sentirnos todos Iglesia. Y con voz y voto en ella. Sin pirámides. En una Iglesia pueblo de Dios.Una Iglesia circular.
A eso apuntará la reforma de la Curia, también. Una Curia servidora, colegial, que no ejerza sus funciones en clave de poder, que no dé miedo a los obispos cuando tengan que ir a Roma. Y para eso, el Papa tendrá que cambiar su composición y, sobre todo, su actitud y su mentalidad. Una Curia que, como dice el cardenal Marx, uno de los 8, "no vuelva a dañar la imagen ni la reputación de la Iglesia, como lo estuvo haciendo durante décadas".
Y, al final de la semana (con la reforma de la Curia en marcha y activada la "sorpresa" madrileña), Francisco, el Papa mendicante irá a Asís. A postrarse a los piés del Poverello. A dejar claro, una vez más, que si eligió su nombre, también quiere dejarse impregnar e impregnar a la Iglesia con su testimonio y con su estilo. El estilo del "repara mi Iglesia".
José Manuel Vidal