El sueño del Papa para la 'madre' Europa
Así lo reconoce el Premio Carlomagno que las instituciones europeas entregaron al primer Papa latinoamericano. Pero el Papa de los pobres es un líder exigente con una Europa vieja, rica, satisfecha y encerrada en sí misma. Una Europa que olvida sus raíces cristianas y coloca muros, alambradas y concertinas para intentar salvaguardar su bienestar y detener a la marejada de hambrientos, refugiados y emigrantes.
Frente a una Europa abuela, cansada y envejecida, no fértil ni vital, decadente, tentada por la exclusión y que se va a atrincherando (todas ellas definiciones papales), Francisco propone su “sueño” europeo de una “Europa madre”.
Y para conseguirlo, aterriza su sueño en varias realidades tangibles. En primer lugar en lo que él llama “la transfusión de memoria”, para mirar hacia la época dorada de su construcción y hacia los padres fundadores. En segundo lugar, Francisco pide “retornar a la solidaridad de hecho”, es decir a la generosidad concreta. Y eso exige, a su juicio “construir puentes y derribar muros”.
Se trata, según el Papa, de “aggiornar” la idea de una Europa “capaz de dar a luz a un nuevo humanismo, basado en tres capacidades: integrar, dialogar y crear”. Integrar y evitar la exclusión, desde una “identidad dinámica y multicultural”. Como la figura del poliedro, que tanto le gusta a Francisco, en la que el todo es más que las partes e incluso que la suma de las partes.
La segunda capacidad para la regeneración europea es el diálogo como forma de encuentro con el otro. Sea el semejante o el diferente. Un diálogo que, a su juicio, para que no se quede en buenas intenciones, debe plasmarse “como un eje transversal” en el sistema educativo y en “coaliciones culturales, educativas, ideológicas y religiosas capaces de defender al pueblo” y no al sistema económico que favorece y enriqueces sólo a unos pocos.
Y por último, el sueño de una nueva Europa, que resurja de sus cenizas como el ave fénix, se alimenta de la capacidad de crear una nueva cultura, en las que los jóvenes sean el presente y el futuro y no reine la dinámica del descarte. Y para eso, es necesario un nuevo sistema económico.
Un nuevo sistema que Francisco definió como “el paso de una economía líquida a una economía social”. Una economía con el centro en la dignidad de la persona. Una economía que garantice las tres t: Techo, trabajo y tierra. Una economía con un objetivo prioritario: trabajo digno para todos.
Y el Papa terminó su discurso, a lo Martin Luther King, en su 'I have a dream'. Como “hijo de la madre Europa”, Francisco sueña con el nuevo humanismo de una “Europa capaz de ser todavía madre”, donde “ser emigrante no sea un delito”. Una Europa que “socorre al pobre”, “valora a ancianos y enfermos”, donde se “respire el aire de la honestidad” y centrada “en rostros más que en números”. El bello sueño de una Europa de la misericordia, al que la Iglesia también puede contribuir.
Es la segunda vez que un Papa recibe el premio Carlomagno. La primera fue, en 2004, al Papa Juan Pablo II que, en su discurso, arremetió contra Europa por olvidar, en su construcción, las raíces cristianas. Con Francisco, la Iglesia ha pasado de la dinámica del reproche a la de la seducción y colaboración en la construcción de un sueño.
Y, como la misericordia bendice al que la da y al que la recibe, este nueva actitud eclesial está provocando un cambio radical en los propios líderes europeos que se 'arrodillaron' ante el Papa, le calificaron de “voz de la conciencia de los valores de Europa” y le agradecieron explícitamente su guía moral.
José Manuel Vidal