Acompañar a quien sufre

Enfermos y Debilidad

Acompañar a quien sufre

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Madre Rafols (Santoral Parroquia...)

Algo tendrán los enfermos cuando San Juan de Dios, la Beata Madre Rafols, Javier, Ignacio de Loyola, el mismo Jesucristo y una pléyade de gente santa se acercan a ellos con solicitud y amor.

Aun sin elegir como profesión la sanidad, gran número de cristianos buenos de todos los tiempos han dedicado cantidad de horas de su tiempo libre visitar a personas desvalidas. Santa Micaela del Santísimo Sacramento murió mártir de la caridad, contagiada por el cólera morbo que azotó el siglo pasado a toda Europa. Y miremos, en las parroquias urbanas bien organizadas, cómo ejemplares equipos de hombres y mujeres celosos están dando lo mejor de su vida a los enfermos en los hospitales y en sus propios domicilios.

Me gustaría que estas líneas sirvieran de aliento y estimulo a tantas personas de buena voluntad para que sigan preocupándose en sus hogares y fuera de ellos de los enfermos y ancianos, de gente marginada o impedida. Bienaventurados quienes miran con simpatía a los débiles y sufren con ellos y les atienden y gastan el tiempo libre en acompañarles.

Dichosos cuantos pasean por las aceras de nuestras ciudades y pueblos llevando agarrado a su brazo o en la silla de ruedas a un anciano. Bien, por quienes, sin impaciencias, levantan una y tres veces la voz junto al sordo que desea enterarse de la última noticia. Alabanza a quienes estrechan entre sus manos con cariño las de la anciana débil, olvidada en la estancia solitaria de su casa. Bienaventurados cuantos escuchan a personas mayores contar sus experiencias de la vida; aunque se trate de historias repetidas con frecuencia, y regalan así una parte de su valioso tiempo.

Dichosos quienes se acuerdan de la soledad de muchos que no pueden salir de casa y les acompañan en el sufrimiento, y saben alegrar al jubilado los últimos meses de su existencia. Gran caridad la de aquellos que consumen horas enteras acompañando la agonía de personas que están cruzando la frontera de la vida: cuando éstos entren en la presencia de Dios, serán sus abogados e intercesores ante el Padre celestial.

Todos que han gastado su tiempo a la cabecera del necesitado escucharán la sentencia de acogida pronunciada por Cristo el día del juicio final: “Venid, benditos de mi Padre; tomad en herencia el Reino que para vosotros está preparado desde la creación del mundo, porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era forastero y me hospedasteis, desnudo y me vestisteis; caí enfermo y me visitasteis; estaba en la cárcel y fuisteis a verme” (Mt. 25, 34-36)

José María Lorenzo Amelibia

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