¡Buena falta nos hace la humildad!
Espiritualidad
| José María Lorenzo Amelibia
¡Buena falta nos hace la humildad!
Suelo meditar con frecuencia en la humildad. Buena falta me hace. Pienso que, aunque no me guste, debería yo ser tratado por los demás según el conocimiento más profundo que yo tengo de mí. Como no soy nada por estricto mérito, no exijo homenajes ni estima ninguna. Tampoco merezco ninguna señal de respeto especial u honor, distinta que cualquier otra persona. Creo sinceramente que me tratan mejor de lo que tienen obligación casi todas las personas.
Esto me parece lógico al pensarlo y meditarlo; a la hora de aceptarlo, ya se nubla la vista y no parece tan claro. Pero lo más difícil es aceptar las alabanzas. Eso sí que es difícil. Porque, creo, que la vanidad en seguida se apodera de uno. y debiéramos trasvasar toda alabanza a Dios, autor de todo bien y de toda bondad que puede haber en nuestro corazón.
Hacernos como niños, si queremos de verdad agradar a Dios. Ya lo dijo Jesús en el Evangelio. Jesús desde el pesebre traía un programa de perfección muy original: pobreza, abandono, desprecios, mortificación, sacrificios. No podemos tú y yo pretender un plan muy distinto. Todo ello lo vamos a llevar con mucho amor. Debemos buscar el trato con los pobres del alma y del cuerpo, no estimarnos en nada.
Me admira en este sentido la vida del Padre Nieto. El llegaba a pedirle al Señor como un privilegio: padecer y ser despreciado por Cristo. Y lo vivió en la práctica. Supo aceptar correcciones e incluso intemperancias. Llegó a decirle a un seminarista: "Cuando recuerdes mis defectos, anótalos para que no se te olviden".
Encomendaba de una manera especial en la misa a todos los que le molestaban, despreciaban o injuriaban o a los que se le hacían antipáticos.
Aunque a veces parece sencilla y fácil la virtud de la humildad, resulta siempre difícil. Claro, nos parece sencillo sujetarnos a Dios. Al fin y al cabo, esta virtud mira primariamente la actitud del hombre con Dios. "¿Qué tienes que no hayas recibido"? - decía San Pablo. Hasta aquí, fácil. Pero la segunda parte es ya más difícil: " Y si lo has recibido, ¿por qué te comportas como si no lo hubieras recibido?" Aquí, creo, caemos la mayoría. Llegamos, aun sin formularlo, a creernos alguien por nuestro talento, por nuestra virtud, por nuestro poder. Como si fuera de nosotros mismos... ¿Por qué someternos a los demás? Por lo que hay en ellos de Dios que es todo lo bueno que tienen y por lo que hay en nosotros de nosotros mismos que es el pecado y el mal.
Esto cuesta mucho asimilar, aunque sea doctrina común dentro de todos los que han luchado por la perfección. Para mí la solución a la humildad es mirar a Cristo humilde, humillado y ultrajado.
Y pensar también que todas las personas disfrutan algo de lo que yo carezco. De todos modos, a mí siempre se me hace difícil ser humilde, pero conviene trabajar para serlo. Es lógica de fe al mirar a Dios.
Me hace gracia la humildad de muchos santos. Tienen tantos honores que necesitan para ser humildes desear ser despreciados, marginados, olvidados. Yo no necesito buscar puestos humildes, ni desear la marginación o la difamación. Viene todo por sí sólo. ¿Rehusar cargos importantes por modestia? Pero si los únicos cargos que he desempeñado en mi vida han sido los que nadie apetecía. Entonces se han acordado de mí.
Mi humildad debe ser aceptar mi vida. No desear otros honores. Contentarme con todo lo que me sucede. Disfrutar sabiéndome ignorado. ¿Quién se acuerda de mí, aparte de mi familia y de media docena de personas? Como pienso que a la mayoría de los seres humanos les sucede lo mismo que a mí, tal vez te pueda servir esta reflexión para algo.
José María Lorenzo Amelibia
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