Cuidados, cuando llega la fase final
Enfermos y Debilidad
| José María Lorenzo Amelibia
Cuidados, cuando llega la fase final
Cope
Cada vez se presta más atención en clínicas y hospitales a la última etapa de nuestra estancia en este mundo. Incluso ha nacido alguna asociación para promover la mejora de los cuidados paliativos en los enfermos terminales.
Más de trescientos equipos de facultativos y voluntarios están ayudando cada año a varios millones de personas que se enfrentan con una muerte más o menos próxima. Con frecuencia escucho a personas muy creyentes decir: “Yo no temo a la muerte, porque procuro siempre vivir en gracia de Dios, y tengo la gran esperanza de que el Señor me salvará. Lo que me espanta es pensar en todo lo que hay que sufrir antes de morir”.
Precisamente los cuidados paliativos pretenden aliviar esos últimos meses o días anteriores al paso definitivo. Aprender a morir cuesta una vida entera: es algo que en nuestro fuero interno todos vamos asimilando poco a poco. Pero cuando barruntamos que esto se acaba, entonces el aprendizaje se asemeja a la preparación de unos exámenes. Nuestro afán humano es ir llegando a las últimas etapas con el menor dolor posible. Y tenemos la suerte de poder suponer que no sufriremos mucho.
Preparamos para nuestros seres queridos la manera más digna y cristiana de dar estos últimos pasos. Para ello es preciso estar muy cerca del enfermo terminal, escucharle, acariciarle, pero sin abrumarle, sostenerle la mano, enjugarle el sudor, callar junto a él, sugerirle de vez en cuando una jaculatoria llena de confianza o un acto de amor a Dios.
Los profesionales sanitarios forman parte del círculo íntimo que los pacientes buscan en los últimos momentos. Son verdaderos ángeles a quienes siempre estamos agradecidos. La familia ha de procurar que también el sacerdote esté cerca. En muchas clínicas, sobre todo cuando no están regidas por asociaciones religiosas, va entrando la costumbre de que el capellán sólo acuda cuando es llamado. Hemos de tener en cuenta que hoy vivimos en una sociedad de religión pluralista y con numerosas personas agnósticas.
En un clima de paz y confianza el enfermo terminal busca el momento de revisar y recordar su vida. El voluntario cristiano y el familiar disponen entonces de una ocasión que pueden aprovechar para sugerir algo, escuchar y orientar en torno a lo trascendente.
El mejor regalo que podemos hacer a un enfermo grave es acompañarle según sus necesidades.
José María Lorenzo Amelibia
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