No os fiéis de vosotros mismos, sino que con sencillez y docilidad, busquéis y aceptéis la ayuda de quien con sabia moderación puede guiar vuestra alma, indicaros los peligros, sugeriros los remedios idóneos, y en todas las dificultades internas y externas os puede dirigir rectamente y llevaros a perfección cada vez mayor, según el ejemplo de los santos y las enseñanzas de la ascética cristiana. Sin estos prudentes directores de conciencia, de modo ordinario, es muy difícil secundar convenientemente los impulsos del Espíritu Santo y de la gracia divina.
Deseamos ardientemente, en fin, recomendar a todos la práctica de los Ejercicios Espirituales.
Cuando nos retiramos por algunos días de las ocupaciones habituales y del ambiente ordinario y nos apartamos a la soledad y al silencio, prestamos oído más atento a la voz de Dios y ésta penetra más profundamente en nuestra alma. Los Ejercicios, a la vez que nos llaman a un cumplimiento más diligente de los deberes de nuestro ministerio, con la contemplación de los misterios del Redentor, refuerzan nuestra voluntad, para servirle a El en santidad y justicia todos nuestros días. Consjeos del Jueves Santo de Juan Pablo II