Iglesias bien cerradas… ¿nos damos cuenta de que son lugar de oración?
Crítica Constructiva
| José María Lorenzo Amelibia
Iglesias bien cerradas… ¿nos damos cuenta de que son lugar de oración?
Abrimos los templos. (ABC de Sevilla)
Hace varias semanas entraba yo en una parroquia céntrica de ciudad a las doce y cuarto a visitar a Jesús. Cinco minutos más tarde, el sacristán, provisto de enormes llaves, me invitaba a salir, porque procedía a cerrar la puerta. "Aquí nadie viene después de la Misa – me dijo –. Y yo pensaba: ¿dónde comenzará el círculo vicioso? ¿no vienen porque cierran o cierran porque no vienen".
Un día caluroso del pasado verano marchamos de excursión varios amigos. Intentamos entrar en dos parroquias de pueblo para visitar a Jesús. No pudimos. Templos que varios meses antes los vimos abiertos durante todo el día, ¡cerrados también los dos! ¿Qué está pasando? Porque al menos en este caso conocemos al párroco y sabemos que es de ley.
Existe miedo a profanaciones, robos, actos vandálicos. Y sin embargo, se quedó Jesús, aun conociendo tanto peligro de abandono e injurias.
El mal de cerrar las parroquias es grave. El peligro, claro: que poco a poco se vaya la presencia real de Jesús en la Eucaristía a un segundo o tercer plano. Cuando las iglesias de los pueblos permanecen cerradas varios años fuera de los momentos de culto, la inmediata solución es: ¿para qué guardar la Eucaristía en el templo? ¿Para los enfermos? Se puede transportar desde el lugar de residencia del sacerdote. Porque es inútil dejar un Sagrario sin uso. Lo quitarán. He aquí el peligro.
Durante cientos de años de Historia de los pueblos ha sido Jesús el centro vital de la feligresía. Ahora, por no molestarnos en buscar soluciones, las iglesias están cerradas en una gran mayoría, los Sagrarios abandonados... ¿Y no se les ocurre a los pastores de almas la frase de Jesús: "Señor, ¿a quién iremos? Tú solo tienes palabras de vida eterna".
Si tememos profanaciones, repartamos llaves de la iglesia a todos o a varios vecinos del pueblo, y que todos sepan dónde pedirlas. Organicemos en pueblos grandes y en ciudades turnos de vela con personas jubiladas, pues mientras hay alguien en la iglesia, nadie osa cometer atropellos. Contratemos una persona con sueldo durante ocho horas diarias, donde sea posible; creamos un puesto de trabajo y garantizamos la vigilancia de la Eucaristía. En Toledo he visto una iglesia casi siempre abierta y con un sacerdote dentro de ella de continuo. Allí está: con sus libros, con su fe, con su confesonario. Allí recibe. Tiene una pequeña estufa eléctrica para evitar el rigor del frío. Allí permanece y atiende a sus feligreses. Cuando tiene que salir a algo necesario, si encuentra a algún feligrés voluntario permanece la iglesia abierta. Emociona el detalle de fe y amor. "Habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida". Hoy más que nunca necesitamos de su compañía.
José María Lorenzo Amelibia
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