María Pilar Danso, religiosa
Religiosa misionera de la Inmaculada Concepción. Vivió desde el 1918 al 2010. Muchos años. Pertenecía a la saga de practicantes de Caparroso, en Navarra. Varias generaciones, que después continuaron con los López – Danso.
De niña ya despuntó en ella la vocación misionera. Su párroco y director espiritual, Don Antonio Idoy, la orientó hacia esta congregación, y profesó en el año 1946, cuando su sobrino predilecto, Jesús Mari, entraba en el Seminario de Pamplona. El año 51 hizo los votos perpetuos, que cumplió con fidelidad hasta el final de sus días. Un gran itinerario misionero recorre en su vida. Y su vocación era doble: dedicarse a la evangelización, y precisamente como enfermera, el carisma de sus antecesores, de su familia.
En el año 1948 fue destinada a Guinea Ecuatorial; destacó por su entrega a los enfermos y a la familia de los mismos. Pero sobre todo en la leprosería de Micomeseng su apostolado fue más ferviente, eficaz y carismático. Nos dicen las personas que la conocieron en aquellas latitudes que María Pilar se daba con todo el corazón, calladamente, hacía el bien de sol a sol, y también hasta altas horas de la noche. La consideraban como el Buen Samaritano de la Parábola. Curaba a sus pacientes de lepra con cariño, sin muestra alguna de repugnancia. Todo era actividad: repartía comida y medicinas; consolaba; y sufría con los que sufren.
Pero en ella no todo era movimiento. Guardaba su corazón para Jesús, con gran amor a la Eucaristía, el manjar de las almas fuertes. El tiempo de sus prácticas de piedad nunca lo disminuía, aunque había en ocasiones de alterarlo, por la necesidad de sus queridos leprosos.
El Señor la ayudó a cumplir su ideal
Dios la ayudó siempre en su ideal: su vida misionera plena, a tope; y siempre Pilar agradecía al Señor esta vocación: su misión como enfermera fue la vida de su vida. Destaca en ella la fortaleza. Hubo de mostrarla en el día a día de su quehacer. Y de una manera muy especial en lo duro de las jornadas, tras el golpe de Estado en Guinea. No tuvieron más remedio que salir las religiosas, prácticamente expulsadas. Habían transcurrido 21 años. Atrás quedaba ya la parte de su vida de mayor entrega. Su juventud íntegra había sido ofrecida a Jesús en el servicio de los hermanos más pobres y necesitados.
Y de nuevo a España
En 1969, junto a otras hermanas fue destinada a Tarifa, y poco después al hospital de Algeciras y por fin a Santander. Continúa en estos lugares ejerciendo su amor al prójimo también con su trabajo de enfermera. Ya no era el mismo ambiente de misiones, pero el fervor, el mismo o mayor con el paso de los años. En todos lugares por donde pasaba dejaba un ambiente de paz y bondad.
Cuando llega a Pamplona, no desempeña su trabajo preferido de hospitales, pero le encomiendan el cuidado de varias compañeras enfermas o imposibilitadas, siempre las trata y consuela con el tacto y amor que le era característico.
Y llega la última etapa, de 29 años, en Pozuelo de Alarcón. Recuerdan de ella las compañeras su obrar silencioso, sus gestos, su carácter firme, su vida gastada por el Señor al servicio de los más débiles y de la congregación. La actitud constante de Pilar era darse a los demás y cuando ya sus fuerzas fallaron, y necesitó la ayuda de sus hermanas, se la veía siempre con gesto agradecido.
Tuvo gran afición a la lectura espiritual a la que dedicaba mucho tiempo. También las revistas de tipo religioso fueron tema preferido. Esto le ayudó siempre, y más en los últimos tiempos a vivir serena y feliz. Sobre todo, en la segunda mitad de su vida tuvo mucho trato con su sobrino predilecto; el que también siguió la saga familiar de practicante, Jesús Mari López Danso. Los cortos días de vacaciones de que disfrutaba lo hacía en casa de este señor, quien junto con su esposa Margari, la recibían con cariño. La visitaban, sobre todo cuando ella ya no podía acudir al hogar familiar, en su residencia de Pozuelo. El rostro de nuestra religiosa se inundaba de alegría cuando los veía llegar e incluso cuando recibía su llamada telefónica.
Esperamos que nos bendiga desde del Cielo. Y la podemos como intercesora ante el Señor, para que aumente en Navarra la vocación misionera de hombres y mujeres. El misionero es del todo necesario para extender la Buena Nueva del Evangelio.
José María Lorenzo Amelibia
Si quieres escribirme hazlo a: josemarilorenzo092@gmail.com
Mi blog: http://blogs.periodistadigital.com/secularizados.php
Puedes solicitar mi amistad en Facebook pidiendo mi nombre Josemari Lorenzo Amelibia
Mi cuenta en Twitter: https://twitter.com/josemarilorenz2
De niña ya despuntó en ella la vocación misionera. Su párroco y director espiritual, Don Antonio Idoy, la orientó hacia esta congregación, y profesó en el año 1946, cuando su sobrino predilecto, Jesús Mari, entraba en el Seminario de Pamplona. El año 51 hizo los votos perpetuos, que cumplió con fidelidad hasta el final de sus días. Un gran itinerario misionero recorre en su vida. Y su vocación era doble: dedicarse a la evangelización, y precisamente como enfermera, el carisma de sus antecesores, de su familia.
En el año 1948 fue destinada a Guinea Ecuatorial; destacó por su entrega a los enfermos y a la familia de los mismos. Pero sobre todo en la leprosería de Micomeseng su apostolado fue más ferviente, eficaz y carismático. Nos dicen las personas que la conocieron en aquellas latitudes que María Pilar se daba con todo el corazón, calladamente, hacía el bien de sol a sol, y también hasta altas horas de la noche. La consideraban como el Buen Samaritano de la Parábola. Curaba a sus pacientes de lepra con cariño, sin muestra alguna de repugnancia. Todo era actividad: repartía comida y medicinas; consolaba; y sufría con los que sufren.
Pero en ella no todo era movimiento. Guardaba su corazón para Jesús, con gran amor a la Eucaristía, el manjar de las almas fuertes. El tiempo de sus prácticas de piedad nunca lo disminuía, aunque había en ocasiones de alterarlo, por la necesidad de sus queridos leprosos.
El Señor la ayudó a cumplir su ideal
Dios la ayudó siempre en su ideal: su vida misionera plena, a tope; y siempre Pilar agradecía al Señor esta vocación: su misión como enfermera fue la vida de su vida. Destaca en ella la fortaleza. Hubo de mostrarla en el día a día de su quehacer. Y de una manera muy especial en lo duro de las jornadas, tras el golpe de Estado en Guinea. No tuvieron más remedio que salir las religiosas, prácticamente expulsadas. Habían transcurrido 21 años. Atrás quedaba ya la parte de su vida de mayor entrega. Su juventud íntegra había sido ofrecida a Jesús en el servicio de los hermanos más pobres y necesitados.
Y de nuevo a España
En 1969, junto a otras hermanas fue destinada a Tarifa, y poco después al hospital de Algeciras y por fin a Santander. Continúa en estos lugares ejerciendo su amor al prójimo también con su trabajo de enfermera. Ya no era el mismo ambiente de misiones, pero el fervor, el mismo o mayor con el paso de los años. En todos lugares por donde pasaba dejaba un ambiente de paz y bondad.
Cuando llega a Pamplona, no desempeña su trabajo preferido de hospitales, pero le encomiendan el cuidado de varias compañeras enfermas o imposibilitadas, siempre las trata y consuela con el tacto y amor que le era característico.
Y llega la última etapa, de 29 años, en Pozuelo de Alarcón. Recuerdan de ella las compañeras su obrar silencioso, sus gestos, su carácter firme, su vida gastada por el Señor al servicio de los más débiles y de la congregación. La actitud constante de Pilar era darse a los demás y cuando ya sus fuerzas fallaron, y necesitó la ayuda de sus hermanas, se la veía siempre con gesto agradecido.
Tuvo gran afición a la lectura espiritual a la que dedicaba mucho tiempo. También las revistas de tipo religioso fueron tema preferido. Esto le ayudó siempre, y más en los últimos tiempos a vivir serena y feliz. Sobre todo, en la segunda mitad de su vida tuvo mucho trato con su sobrino predilecto; el que también siguió la saga familiar de practicante, Jesús Mari López Danso. Los cortos días de vacaciones de que disfrutaba lo hacía en casa de este señor, quien junto con su esposa Margari, la recibían con cariño. La visitaban, sobre todo cuando ella ya no podía acudir al hogar familiar, en su residencia de Pozuelo. El rostro de nuestra religiosa se inundaba de alegría cuando los veía llegar e incluso cuando recibía su llamada telefónica.
Esperamos que nos bendiga desde del Cielo. Y la podemos como intercesora ante el Señor, para que aumente en Navarra la vocación misionera de hombres y mujeres. El misionero es del todo necesario para extender la Buena Nueva del Evangelio.
José María Lorenzo Amelibia
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