Por San Fermín, peligro…

Enfermos y Debilidad

Por San Fermín, peligro…

cope

Cope

            A mí me hace gracia eso que tantas veces oigo en los encierros: “Gracias al capote de San Fermín se ha salvado”. “Hoy va a tener mucho trabajo el capote de San Fermín”. Nada, que al pobre San Fermín queremos convertirlo en torero de lujo o al menos en gran peón socorrista. ¿Será una realidad tanta fe en el santo?

            Mi abuelo, hombre muy prudente, me decía cuando yo subía a las torres a tocar las campanas: “A bandear a la plaza; a torear, a la torre”. Me parece que el efecto terapéutico de San Fermín hay que buscarlo en otros lugares distintos del encierro.

            Lo mejor de la fiesta sanferminera no es el encierro. ¡Y conste que no me pierdo ni uno, e incluso veo siempre la repetición! Lo extraordinario de estos días es desconectar de todo cuanto sea trabajo, preocupación o vida rutinaria. Ahí sí que nos va a echar el capote San Fermín. La diversión, si es como debe ser, siempre produce un efecto sedante para nuestro organismo. Reírse a carcajadas, abstraerse mirando los fuegos artificiales, escuchar las vísperas de García y Eslava, mirar los gigantes y cabezudos, apostarse en la acera para ver la procesión de San Fermín y mirar la cara sonriente de la alcaldesa, del obispo y de los canónigos, son espectáculos gratuitos y quitan hasta el dolor de cabeza si por la noche no nos han dejado dormir los chavales inquietos.

            Yo recuerdo de mis tiempos jóvenes que un cura muy “celoso” se enfadaba porque los mozos se emborrachaban por fiestas en el pueblo.  Un día le oí decir: “Aquí vendría bien una muerte repentina. Veríamos cómo todos se iban a arrepentir de su embriaguez”. Yo me santigüé como alma que lleva el diablo; y me decía por dentro: “¡Menuda manera de convertirse!”

            Lo cierto es que quien se embriaga no descansa y peca, y que Dios le perdone por medio de San Fermín. Quien hace animaladas no relaja su espíritu, se vuelve como las bestias, y después de los sanfermines termina medio enfermo.  La fiesta es saludable cuando es de verdad solaz y alegría; cuando desinhibe y reconforta.

 Jesucristo supo también participar en fiestas de Caná de Galilea con ocasión de una boda. Pero ni en esos momentos se olvidó de hacer algo útil para los demás. Colaboró en el bienestar convirtiendo el agua en vino. Por eso el buen sanferminero se divierte, se entretiene, se ríe, mira con la boca abierta el deporte rural, se asoma a la ventana, merienda, se va al ferial o a los toros, baila, acompaña a los invitados, juega en la tómbola… y mucho más que ahora no me acuerdo. Y sobre todo, no se olvida de una cosa: hacer felices a cuantos le rodean. Ésta sería la receta que el “médico” San Fermín daría a quien llega a la fiesta cansado y con ganas de desconectar. Si alguien la cumple, sanará de verdad del tedio de la monotonía diaria que a veces nos domina.

José María Lorenzo Amelibia

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