No es cuestión de mala o buena suerte
Enfermos y Debilidad
| José María Lorenzo Amelibia
No es cuestión de mala o buena suerte
Steemit
Quisiera aprender el arte de convertir la mala suerte en buena. Algunos privilegiados lo saben. Es lo mismo que ser consciente de que las circunstancias más adversas pueden trocarse con el tiempo en triunfos rotundos. La experiencia de la vida nos lo va demostrando.
En la época de nuestra juventud gustábamos saborear libros de formación humana. Nos ayudaron a madurar y son estímulo para envejecer con paz y alegría. Siempre recordaré títulos que en la década de los cincuenta hacían furor: “Cómo ganar amigos”, “La clave del éxito”, “El joven de carácter” … Aquellas sencillas obras literarias, plagadas de ejemplos llenos de humanidad y sentido común, nos fueron educando a construir en nosotros una personalidad positiva, llena de fortaleza. Nos ayudaban a ser felices; a convertir el fracaso en éxito; a huir del derrotismo. Jamás nos permitíamos lamentar nuestra mala suerte.
Los días de enfermedad nunca los mirábamos como una contrariedad. Servían entre otras cosas para dormir un poco más. Después nos dábamos cuenta de que habíamos crecido un centímetro. Los días posteriores ejercitábamos más el entendimiento para alcanzar a los compañeros en las tareas escolares.
Por supuesto, la llamada “buena suerte” no dura demasiado. Pero la que nace de la responsabilidad nos acompaña desde la infancia a la madurez. Es preciso aprender del dolor, del fracaso, de las meteduras de pata y de los propios errores. A fin de cuentas, el error es la base del cambio. Aprendemos a conocernos y a no tropezar dos veces en la misma piedra.
Dicen que Charles Darwin siempre llevaba una libreta consigo. En ella anotaba cuanto no cuadraba en sus actuaciones. Sabía que, si olvidaba sus fracasos, podía el suceso descender al subconsciente y jugarle una mala partida. Con esta práctica, además de fomentar la humildad, todo lo convertimos en bueno. Qué bien llego a entender en este sentido la frase de San Pablo: “Todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios”. (Ro. 8,28).
Y conviene ser generoso. A veces cuesta más compartir la clave de un éxito o la enseñanza de un fracaso que parte del peculio de nuestros ahorros. Ojalá nos decidiéramos de una vez a no desanimarnos ante enfermedades o ante el dolor porque es una oportunidad de superarnos a nosotros mismos. Si dejas para mañana esta decisión, es posible que la olvides. Empieza ahora.
Para mí la mejor suerte de mi vida fue un librito de 133 páginas y tamaño de bolsillo; lo guardo como oro en paño y releo a menudo. Lo leí primera vez cuando convalecía de una enfermedad. Tenía entonces quince años. Se titula “Espíritu de Santa Micaela del Santísimo Sacramento”, por Tomás Monzoncillo del Pozo. ¡Menuda gracia actual!
José María Lorenzo Amelibia
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