Los dependientes o minusválidos

Enfermos y Debilidad

Los dependientes o minusválidos

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Más de un millón de personas en España no pueden valerse por sí mismas. Pero su porvenir ha comenzado a despejarse. He tenido la suerte de conocer a dos hermanos, Federico y Luis, aquejados de distrofia muscular progresiva. Vivían con su madre, verdadero Ángel de La Guarda para ellos. Y ya son mayorcitos: 51 y 46 años.

Me decía Luis: “Nuestra enfermedad es muy dura. La mente, lúcida al cien por cien, pero el movimiento cada vez va a menos. Dependemos de otros para todo: afeitarnos, dar un sencillo paseo, incluso llevarnos a la boca la cuchara”. Los dos hermanos han estado siete años sin poder salir de casa a dar un paseo con la silla de ruedas; hasta que al fin el ayuntamiento de su pueblo construyó la rampa para salvar el desnivel. “Nuestra vida ha comenzado a cambiar – añadía –”.

Federico hablaba más. Describía cómo transcurrieron los primeros años de su vida. Incluso él tuvo al comienzo de su juventud algún trabajo: peón de albañil un par de semanas. “Pero pronto se dieron cuenta de que no podía. Se me doblaban las piernas y hube de abandonar mi primer empleo. Más tarde me dieron una labor casera, armar enchufes. Me pagaban poco, y mis manos se resistían con los tornillos”. Y añadía después de contarme unos chistes: “Mi vida no la vivo con angustia. Mira, ahí tengo la Biblia. Sobre todo el Nuevo Testamento me encanta. Casi me lo sé de memoria… “

Siempre ha habido personas altruistas que se han ocupado de ayudar a estos grandes minusválidos. “Al fin – añadía Fede – terminé el bachiller en casa gracias a los “Frater Auxilia” que venían a darme clases con cariño. Además, de vez en cuando nos llevaban de excursión. Conozco las ciudades vecinas gracias a ellos. También hemos salido al cine y a otros espectáculos al aire libre. Hay gente muy buena.”

Y ahora sigue cambiando su vida a mejor. Ya no se trata de la sola ayuda de hombres y mujeres de buena voluntad. “Hasta siete personas pasan por casa a lo largo de la semana – dice Fede –. Por la mañana Andrés y Maite. Les paga el Ayuntamiento. Están con nosotros hora y media: nos ayudan a asearnos, a vestirnos, a desayunar y a hacer algunos ejercicios musculares. Tres veces por semana nos asisten en la ducha. Una señora colabora con nuestra madre en las tareas de limpieza. Al anochecer se acerca Ana para ayudarnos a la cena y a acostarnos. Permanece toda la noche por si hubiera alguna necesidad especial. El fin de semana otras dos personas distintas suplen en parte los quehaceres habituales”

“Mi madre es el pilar – dice Luis – gracias a ella hemos sobrevivido hasta aquí. Ahora tiene menos fuerza pero es el alma de todo”.

La historia de estos dos hombres es sencilla y callada. Se desarrolla con paz y calma. Han sabido aceptar sus limitaciones. Son ejemplo para muchos que con problemas insignificantes se amargan la vida. Y sobre todo, testimonio de cómo puede ir cambiando a mejor la vida de los más débiles. Algo bueno ya tiene nuestro tiempo.

José María Lorenzo Amelibia

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