La enfermedad puede dar paz y alegría
Enfermos y Debilidad
| José María Lorenzo Amelibia
La enfermedad puede dar paz y alegría
El plural. com
Hace unos años me asombró una entrevista que leí en “El Diario de Navarra” (1). Se titulaba así: “María me ha demostrado que aun en la enfermedad se puede ser tremendamente feliz”.
María Gaztelu tenía 21 años y no podía moverse de su silla de ruedas; no era capaz de escribir, incluso había perdido el habla. Pero esta muchacha con una voluntad de hierro y un corazón de oro se licenciaba con éxito en Pedagogía. Su madre afirmaba: “María tiene una discapacidad tremenda, pero mientras mantenga su mente en perfectas condiciones, es capaz de todo. No sé cómo lo hace, pero ayuda a su hermana pequeña en inglés.”
Terminó María con éxito su carrera. Sus compañeras, verdaderos ángeles para ella, le cogían apuntes, y gracias a su madre que la asistía en todo y a la tremenda memoria visual de la propia enferma, todo lo ha asimilado con perfección.
Pocos saben apreciar un rayo de sol, pero ella se contenta con eso. Todo lo que le falta por fuera, lo tiene por dentro. La felicidad se compone de pequeñas cosas que nos llenan: asimilar los libros de estudio, oír música, disfrutar con una buena lectura, dejarse acariciar por el tibio sol de primavera.
Cuando María perdió el habla, preguntó a su madre con la mirada: “¿Por qué antes hablaba y ahora no puedo?” Desde entonces se comunican con los ojos. No es caso único el que nos ocupa. A lo largo de las semanas he citado en esta misma columna hechos de la vida real de distintos enfermos que saben enfocar con alegría sus dolencias.
A quien está sano le puede parecer insuperable la amargura de verse distinto a los demás, y no poder disfrutar en la vida con algo que antes gozó. Pero la Providencia divina nos va guiando; nos da fuerza e incluso mayor felicidad que la anterior cuando llega la prueba. El dicho, “Unas puertas se cierran y otras se abren”, tiene aquí total aplicación.
Nuestra religión católica nos proporciona grandes recursos que nos pueden ayudar a aceptar la enfermedad o encajar lo que vulgarmente se suele llamar una desgracia. Y de una cosa estoy seguro: que Dios es tan Padre y tan Providencia cuando nos salen las cosas bien como cuando en apariencia nos salen mal porque “Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman”. (Ro. 8,8)
José María Lorenzo Amelibia
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