Cristo máximo referente para todo cristiano.

Personalmente me parece muy difícil imaginar una historia del mundo, una cultura universal y unas relaciones interpersonales sin el influjo de la religión cristiana que descansa en el máximo valor de la historia, Jesucristo admirado por su personalidad genial, la doctrina revolucionaria del reino Dios, el testimonio coherente de hombre libre que dio su vida por el amor a Dios y a los hombres. El proyecto de Cristo consistía en la salvación integral del hombre, en la liberación de su dignidad sobre algunas normativas, dentro de un mundo más humano. Que Dios “reine”, (esté presente), en cada persona y en las instituciones humanas con manifestaciones de verdad-sinceridad, justicia-respeto, paz-tolerancia, libertad sin esclavitudes, y de amor universal incluido el enemigo.Y los pobres con preferencia. Su Misterio Pascual (pasión, muerte y resurrección) motiva a la muerte –anochecer- de los cristianos y a la resurrección con Él en el eterno amanecer del cielo.
Al margen de su persona, como verdadero hombre y verdadero Dios, Cristo es el referente máximo por varias razones.
1ª Por su unión con Dios Padre
J
esús no expresa la relación con el Padre en forma de amistad sino de amor filial. Sin embargo las relaciones entre el Padre y el Hijo están marcadas por la unión más profunda, por la comunicación, confianza, fidelidad, entrega, etc. Es decir por las manifestaciones de toda amistad. ¿Cómo sería la experiencia de Dios en Cristo? El Dios de Jesús es el Dios de la experiencia del pueblo judío en el AT pero experimentado de una manera profundamente diversa dada su condición de Hijo de Dios y su misión redentora. El conflicto de Jesús fue experimentar a Dios de manera diferente a la de los dirigentes de Israel. En la vida de Jesús, Dios aparece como liberador y es experimentado como Padre de infinita bondad. No es el Dios de los fariseos, es un Dios más tierno y exigente (Lc 4,18.18 y todo Mt 5). Jesús llama a Dios "papá" y elimina la religión como contrato de seguridad con el Señor protector. El Dios de Jesús no es fruto de reflexiones, es una evidente experiencia próxima y lejana. Cristo ve el mundo con referencia a Dios que está presente en todo. Es el Dios Padre que lleva a descubrir a sus hijos como hermanos. Es el Dios siempre bueno aun en el extremo abandono a la hora de morir.
2ª Por la amistad que brinda a todos.
Es el mismo Jesús quien trae los elementos para la amistad con Dios: la gracia, la fe y la caridad que culminan con el misterio de la inhabitación: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» .(Jn 14,23; cf. 1Jn 4,7-10; Jn 15, 9-7; Rom 8,25, 1Cor 13, 1-9). Más aún, Jesús, identificado con el Padre, concede el don de la amistad: «en adelante, ya nos os llamaré siervos, porque el siervo no conoce lo que hace su Señor. Desde ahora os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que oído a mi Padre» (Jn 15, 15). Y se trata de una amistad completa que incluye elección y confianza: «No me elegisteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros. Y os he destinado para que vayáis y deis fruto abundante y duradero» (Jn 15, 16).
3ª Por el amor, centro de su doctrina.
El Decálogo para el seguidor de Cristo está enriquecido por el dinamismo del Reino de Dios y por la ley suprema del amor. En efecto, el Reino de Dios unifica los criterios de la Buena Nueva La supremacía del amor une a Dios con el prójimo. Rige para el trato con Dios la fuerza del amor que supera las exigencias éticas de la justicia. El rasgo principal en las relaciones con Dios radica en el primer precepto del amor presente en el Antiguo testamento y ratificado por Cristo: «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 37-40; cf. Dt 6,5; Lv 19,18).

Las raíces cristocéntricas impulsan la máxima relación: la radicalidad en el amor. Desde Cristo, pero en Cristo, a la manera de Cristo y dentro de la dinámica del Reino de Dios, se justifica la radicalidad y el dinamismo del amor a Dios y a los hermanos por parte del cristiano. Efectivamente, junto a las raíces antropológicas y bíblicas, están las cristocéntricas, polarizadas en el testimonio de Cristo, en la doctrina del Reino de Dios y en su presencia en los sacramentos. De estas raíces brota una actitud nueva para la fe coherente: el dinamismo y la radicalidad que impregnan una relación excepcional de intimidad con Dios, un amor sin límites con los hermanos y una justicia fusionada con la caridad
4ª Por ser el supremo camino para el hombre
El creyente que acepta por fe a Cristo está convencido de haber elegido al mejor puente para llegar hasta Dios. Con orgullo, el cristiano confiesa que solamente Cristo es el camino, la verdad, el maestro, el amigo y la vida. Jesucristo es el mediador más seguro por su condición de verdadero hombre y verdadero Dios y por su obra redentora universal. Jesucristo es el mejor mediador para que el yo humano, el bautizado, pueda relacionarse con el tú divino, Dios Padre. En efecto, los Evangelios presentan unas relaciones máximas de conocimiento, comunicación y mutuo amor entre Cristo y el Padre.
Unión y mutuo conocimiento. Dios se ha revelado plenamente a los hombres en Cristo que nos habla de un conocimiento especial que tiene de Dios como Padre. Este conocimiento está reforzado por la presencia tan especial (misterio de la Encarnación) de Dios en Cristo. Por lo tanto, más que presencia, hay que hablar de la auto-donación del Padre en Cristo, de Jesucristo como sacramento de Dios Padre: Así pues, Cristo vive una vida de unión con el Padre; Él está en el Padre y el Padre en Él (Jn 14,10 y 20). Por eso no duda en afirmar: «Todo lo que tiene mi Padre es mío» (Jn 16,15); «a quien me sirve le honrará el Padre» (Jn 12,26); «no estoy solo: estamos yo y el Padre» (Jn 8,16-18); «quien me ve a mí está viendo al Padre: yo estoy con el Padre y el Padre conmigo» (Jn 14,8-10); «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10,20-30).


5ª Cristo, testigo fiel de Dios, su Padre
Jesús vivió el amor y la confianza a Dios con la mayor intensidad. Ante todo sorprende su ternura y confianza pues llama tiernamente a Dios «Abbá» (papá) con diversas expresiones: «Padre mío...» (Mt 26,39); «Padre santo...» (Jn 17,11); «Padre justo...» (Jn 17,25). El sabe que lo que pide al Padre lo conseguirá: «Yo ya sabía que siempre me oyes, mas lo dije por la muchedumbre que me rodea, a fin de que crean que tú me enviaste» (Jn 11,42; cf. Mt 26,53). Es indescriptible el amor y ternura que Jesús experimenta hacia su Padre Dios.
Fidelidad hasta la muerte. El amor de Cristo hacia Dios Padre no queda en palabras. Toda su actividad es una manifestación del profundo amor que profesa al Padre: Jesús hace siempre lo que agrada al Padre (Jn 8,29); busca la honra de su Padre, no la suya (Jn 8,49-54); «el mundo tiene que comprender que amo al Padre y que cumplo su encargo» (Jn 14,31). Y de hecho, Jesús muere por el Padre (Mt 27,46-50). Jesús da la vida por sus ovejas, como se lo mandó su Padre (Jn 10,1-21). Habla con confianza a su Padre en la cruz, aun en medio del máximo abandono, y le entrega confiadamente su último aliento (Mt 27,46-47; Lc 23,46).
6ª Íntima comunicación de Cristo con Dios
Lo
s evangelistas han recogido múltiples ocasiones en las cuales Jesús se comunicaba con su Padre. Él oraba toda la noche, de madrugada o al anochecer (Mt 14,23; Lc 6,12; Mc 1,35-36); en la montaña apartada o ante sus discípulos (Mc 9,2-3; Lc 9,35); para manifestar la presencia del Padre («el Padre está conmigo») o como simple expansión ante su Padre (Jn 16,32; Mt 11,25-26; Jn 11,42; 17,1-26); como preparación para un milagro, antes de instituir la Eucaristía o como petición de perdón para sus enemigos (Jn 6,11; Mt 26, 27; Lc 23,34). En los momentos de angustia, en Getsemaní y a la hora de morir, de rodillas, pide que no se haga su voluntad sino la del Padre, suplica que se aleje el cáliz pero que siempre permanezca la voluntad de Dios, recurre a la palabra cariñosa de Abbá o a las de un salmo (Lc 22,41-45; 23,45-46; Mc 14,32-39; Mt 26,39.42.45). En la cruz se le oye hablar varias veces con su Padre: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34); «Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mt 27,46); «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).
Jesús enseñó a comunicarse con Dios Padre de todos. El insistió en que la oración hay que hacerla en la soledad del cuarto y sin hablar mucho (Mt 6,6-7); hay que pedir primero por lo que interesa a Dios y luego por intenciones grandes, como el que Dios envíe apóstoles a su mies (Mt 9,38). La comunicación debe ser confiada, humilde, constante y proyectada en el amor fraterno (Mt 7,7-11; 21,22; Lc 18,1.9-14; Mc 11,25-26). Cuando los discípulos piden al Maestro que les enseñe a comunicarse con Dios, Jesús les propone la oración más sublime, la del Padre Nuestro (Mt 6,9-13); también les insiste en la oración en común, de dos o tres congregados en su nombre por su especial eficacia (Mt 18, 19-20).
7ª Por su misión: redimir al mundo
Distinguimos entre misión y tareas en la vida de Jesucristo. La misión principal fue la redentora y una de las tareas, la evangelización, especialmente la enseñanza sobre el reino y reinado de Dios. Sobre la tarea evangelizadora de Jesucristo y en concreto del Reino de Dios, es tema para otro artículo.
Estamos ante la obra de Cristo Redentor. Jesús a la hora de clarificar su persona dijo que era «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6); los apóstoles, al reflexionar sobre Cristo, le reconocieron como el Salvador del mundo, el Maestro de los hombres y la vid para sus discípulos (Jn 15, 1-8; 1 Tim 1,1).
¿Y qué finalidad tiene la existencia de Jesucristo? Con el Vaticano II, el cristiano proclama que Cristo tiene la misión de: arrancar a los hombres del poder de las tinieblas y de Satanás (AG 3); libertar de la esclavitud y destruir la muerte (GS 22); devolver a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el pecado (GS 22); dar la filiación divina y transformar al hombre en nueva criatura (Gál 6,16; 2 Cor 5,17; LG 3.7). Con otras palabras: Jesucristo es Redentor que al final de su vida quiso morir por todos los hombres para rescatarnos del pecado ya darnos la vida eterna.
La fe cristiana afirma también que solamente Cristo podía redimirnos de manera perfecta por su condición de mediador y camino de salvación, de sacerdote y buen pastor, de verdadero Dios y perfecto hombre, de la Cabeza de la humanidad lleno de gracia y de verdad, de la cual todos participamos (Jn 1,14). Cristo vino para liberarnos: «con la entrega libérrima de su sangre nos mereció la vida... nos liberó de la esclavitud del diablo y del pecado» (GS 22). Y el mismo Cristo afirma la modalidad de su liberación: «la verdad os hará libres... si el Hijo os librara, seréis verdaderamente libres» (Jn 8,32-36).

8ª Y porque nos redimió con su muerte y resurrección.
He aquí el Misterio Pascual y a Cristo como nuestra cabeza. Según enseña Pablo, tenemos la redención por la virtud de su sangre (Ef 1,3-14; Mt 20,28; Jn 10,11); por su muerte estamos reconciliados con Dios y alcanzamos la justicia del mismo Dios (Ef 1,3-14; Rom 5,9; 2 Cor 5,21). El Vaticano II actualizó la doctrina sobre la redención por Cristo al afirmar que con su obediencia de muerte realizó la redención (LG 3); con sus obras, muerte y resurrección, envió al Espíritu y nos liberó del pecado (DV 4). El resumen de su obra redentora está en el Misterio pascual. Efectivamente, con su muerte, resurrección y ascensión, Cristo realizó la redención del mundo e instauró el Reino del Padre (SC 5.6); con la entrega de su sangre nos mereció la vida, nos reconcilió con Dios y libró del pecado (GS 22); padeciendo por nosotros «abrió el camino» que da sentido a la vida y a la muerte; sufriendo la muerte por nosotros no enseña a llevar la cruz con la fuerza del Espíritu (GS 38.22).
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